Es legítimo sentirse ofendido, y rabioso, y es legítimo defenderse, pelear, defender los derechos y argumentar contra la ofensa.
Existen razones para sentirse ofendidos pero como en todo llevar estos sentimientos a ciertos extremos es peligroso.
Parece que hoy todos nos sentimos adalides de cualquier ofensa real o imaginaria, no sólo hacia uno mismo sino hacia cualquier otro posible colectivo, lo perciba con ofensa o no.
Una sociedad sana debe entender que la libertad de expresión es un valor fundamental que se reconoce como practicado cuando nos pueden ofender y se debe defender la posibilidad de esta ofensa porque nosotros igualmente podemos usar la palabra para atacar de igual manera y medida esas ideas que consideramos erróneas.
Tratar de impedir el debate basándonos en una queja agónica análoga a la casqueta de un niño dice poco de una sociedad que parece retroceder en madurez y en capacidad de resistencia y asimilación.
Hay causas suficientes por las que luchar, hay comentarios que ignorar, o actitudes de las que reirse. Calibrar y medir es algo importante para las personas maduras.
Hoy en día da la sensación de que, parafraseando términos de la teoría del caos, una mariposa bate las alas en el hemisferio norte y alguien se indigna y enciende las redes sociales.