Luchar contra el DRM es un acto de justicia

Entre las pretendidas soluciones que se están proponiendo por parte de la industria del entretenimiento brilla de forma destacada el DRM. Durante años el DRM se ha demostrado como una tecnología que no sólo no sirve, sino que es claramente contraproducente porque equivale a decirle al usuario que paga por unos contenidos «paga, pero no me fío de ti«.

El DRM crea una falsa sensación de escasez (por no hablar de la falsa sensación de seguridad) y la palabra «falsa» debería despertar todas la alarmas. Lo falso es mentira, es negativo, acaba siendo malo.

Aunque cada vez suene más extraño a los oídos de los que  no quieren escuchar: insultar a tus clientes no es una buena política ni a medio ni a largo plazo. Las políticas que basan modelos de negocio en imponer barreras al acceso a las obras, sí, incluso la obsesión por cobrar por los contenidos en una época en la que el precio de hacer una copia y la distribución se aproxima a cero, es la mejor forma de asegurar el fracaso a largo plazo de la empresa. Cuando cada vez hay más oferta, la clave es facilitar el acceso y crear un negocio en torno al contenido y no directamente del contenido.

Si un usuario o potencial usuario tiene la más mínima dificultad para acceder a algo, pasa al siguiente contenido que no le ofrezca esa dificultad.

Sencillo, pero increíblemente difícil de comprender por parte de algunas industrias y sus caros asesores.

Pero es que hay que ir más lejos para dejar claro lo negativo que es el DRM. El motivo es que el DRM es un cáncer, un veneno para el autor de dichos contenidos. Una obra con DRM es un DOA-C: Dead On Arrival Content. El contenido que tiene DRM no existirá en el futuro porque la tecnología que lo hace accesible será obsoleta cada vez en espacios de tiempo más breves.

Las obras creativas son como los hijos, embajadores, representantes de sus autores. Es la forma en la que un autor habla a los usuarios a pesar de la distancia, el tiempo e incluso la muerte física. Un autor, un autor conocido no muere realmente si su obra sigue existiendo, sigue siendo accesible, si además sabemos quién la ha creado.

El DRM asegura que la obra morirá pronto y como el DRM también es fácilmente eliminable, en la eliminación, en muchos casos, se rompe el vínculo de autoría con lo que la obra queda huérfana. Alguien nos habla desde el pasado o la distancia, pero no sabemos quién, no tenemos manera de saber qué más nos quiso decir, no sabemos qué otras obras podrían estar ligadas a su factura. O simplemente no nos atrevemos a acceder al autor de una obra que ha sido separada del cáncer de su DRM.

Romper el DRM es un acto de justicia desesperado y necesario, aunque para muchos legisladores a sueldo de lobbys con mentalidad arcaica les parezca que debe ser algo digno de ilegalización. Romper el DRM es un acto subversivo que beneficia a todos pero sobre todo a los autores.

De hecho los DRM deberían ser declarados ilegales.

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