¿No pasa nada?

Es otra de las frases de moda. Ante la corrupción de los gobiernos supuestamente democráticos, el espionaje masivo de las comunicaciones de otros y el desfalco general de las élites financieras extractivas, dicen que la gente no hace nada. Que no hay consecuencias.

¿Es es cierto? ¿Qué de verdad existe en esa observación?
Me considero una persona pesimista por naturaleza, o realista, o alguien que cuenta con un poco más de información que el optimista (la única diferencia real entre una forma de pensar y otra) y sin embargo yo no creo que podamos afirmar que no está pasando algo, que no está cambiando algo. Y este cambio no parece que sea del todo para lo malo.

Todo se basa en mirar las cosas con perspectiva a sabiendas que los cambios que realmente importan, que realmente son sólidos y durables, son lentos a la hora de ocurrir y sutiles a la hora de percibir.

Las propias herramientas de control, como los muchas redes sociales, tan necesarias para los gobiernos para controlar a la población y saber de ella, son herramientas para escapar del control de estos estados pseudodemocráticos por lo imprevisible de una conciencia social que está evolucionando en lugares inaccesibles para ellos, las mentes de cada individuo.

Percepciones que hace unos años parecían impensables -me vienen muchas a la mente- hoy están en boca de todos. La percepción negativa hacia ciertas actitudes era, hace no mucho, cosa de extraños idealistas como muchos de mis amigos y yo. Hoy es raro encontrar a alguien que no se pronuncie negativamente sobre estas actitudes. Y así ha ocurrido y ocurre a lo largo de la historia. La tecnología hace que los cambios actuales sean más rápidos y la sociedad no siempre puede estar a la altura.

Sí creo que está pasando algo, aunque no sean tan visible u ostentoso. En cualquier caso siempre invito a la reflexión sobre la exigencia de acción que es implicitamente violenta las más de las veces: ¿Hemos de hacer lo que el sistema que detestamos espera que hagamos?

Tenemos que cuidarnos de los líderes que exigen nuestro sacrificio en aras de un supuesto beneficio que beneficia más que nadie a ese líder.

Sí, hay que hacer cosas, pero el primer y más difícil cambio es el propio personal; aquel que nos libera de prejuicios arraigados en nuestra propia mente. Sólo liberándonos de nuestro propio engaño podremos actuar en plena conciencia y responsabilidad.

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