La Desobediencia Civil por Thoreau parte 8 de 8

Sé que la mayoría de los hombres piensan distinto a mí, pero aquellos que por profesión dedican su vida al estudio de estos temas u otros afines me contentan tan poco como cualquiera. Los estadistas y legisladores, que se hallan por completo dentro de la institución, nunca lo consideran netamente ni al desnudo. Hablan de sociedad en marcha, pero no tienen lugar de descanso sin la institución. Pueden ser hombres de cierta experiencia y discernimiento, y sin duda han inventado sistemas ingeniosos y hasta útiles, por lo que les estamos agradecidos sinceramente; pero todo su ingenio y utilidad están confinados dentro de ciertos limites no muy amplios. Son proclives a olvidar que el mundo no está gobernado por la politica ni la conveniencia. Webster Se trata de Daniel Webster (1782-1852) orador y político norteamericano. (NdeE.) jamás va más allá del gobierno y, en consecuencia no puede hablar de él con autoridad. Sus palabras son sabiduría para aquellos legisladores que no contemplan ninguna reforma esencial en el gobierno existente, pero para los pensadores y para los que legislan para siempre, jamás encara ni una sola vez el asunto. Conozco gente cuyas serenas y sabias especulaciones sobre este tema pronto revelarían los limites del alcance y de la hospitalidad de su mente. Sin embargo, comparado con las profesiones de poco valor de la mayoría de los reformadores y la sabiduría y la elocuencia de aún más poco valor de los politicos en general, las suyas son casi las únicas palabras sensatas y valiosas, y agradecemos al cielo por ello. En comparación, siempre es fuerte, original y sobre todo práctico. Sin embargo su cualidad no es la sabiduría sino la prudencia. La verdad del abogado no es la Verdad, sino consistencia o una conveniencia consistente. La Verdad siempre está en armonía consigo misma y no se dedica principalmente a revelar la justicia que pueda caber al obrar mal. Bien merece que se le llame, como ha sido llamado, el Defensor de la Constitución. En realidad los golpes que él tiene que dar no son más que defensivos. No es un líder sino un seguidor. Sus líderes son los hombres del 87. En ese año de 1787 tras largos debates se aprobó la Constitución conciliando la tendencia de los federalistas que querían un gobierno central fuerte, con la de aquellos (posteriormente llamados republicanos) que aspiraban a una amplia autonomía de cada Estado. La Constitución entró en vigor en 1789 después de ser aprobada por nueve Estados. (NdeE.) Nunca hice un esfuerzo -dice- y nunca propongo hacer un esfuerzo; nunca alenté un esfuerzo y nunca tuve la intención de fomentar un esfuerzo tendiente a perturbar el arreglo, tal como se hizo originalmente, por el cual los diversos Estados entraron en la Unión. Todavía pensando en la sanción establecida por la Constitución a la esclavitud, dice: porque formaba parte del conglomerado original, que se quede. No obstante su agudeza y su habilidad especiales, no es capaz de extraer un hecho de sus relaciones meramente políticas y encararlo como debe serlo absolutamente por el intelecto -¿qué, por ejemplo, debe hacer hoy un hombre, aquí en Norteamérica, con respecto a la esclavitud?- sino que se aventura, o es llevado, a ofrecer una respuesta desesperada como la siguiente, mientras declara hablar sin reserva y como hombre privado -de la que se desprende ¿qué nuevo y singular código de deberes sociales surgirá? La forma, dice él, en que los gobiernos de aquellos Estados donde existe la esclavitud deben regularla queda librada a su propia consideración, bajo su responsabilidad ante sus constituyentes, ante las leyes generales de propiedad, humanidad y justicia y ante dios. Las asociaciones formadas en otras partes, surgidas de un sentimiento de humanidad o por otra causa, nada tienen que ver con esto. Nunca han recibido ningún aliento de mi parte y nunca lo recibirán.

Quienes desconocen fuentes más puras de verdad, quienes no han remontado la corriente aguas arriba, se atienen, sabiamente, a la biblia y a la Constitución, y de ella beben ahí mismo con reverencia y humildad; pero los que contemplan donde llega cada gota en este lago o en ese estanque están listos para enfrentar una vez más las dificultades y continúan su peregrinación hacia el ojo de agua.

Ningún hombre de genio para la legislación ha aparecido en Norteamérica. Son raros en la historia del mundo. Hay oradores, políticos y hombres elocuentes a millares; pero todavía no ha abierto la boca para hablar el orador capaz de plantear las tan apremiantes cuestiones del día. Amamos la elocuencia por la elocuencia misma, pero no por la verdad que pueda expresar ni por el heroísmo que pueda inspirar. Nuestros legisladores no han aprendido todavía el valor comparativo del comercio libre y de la libertad, de la unión y de la rectitud para una nación. Carecen de genio y talento para cuestiones relativamente modestas de impuestos y finanzas, comercio y manufacturas, o agricultura. Si quedásemos librados exclusivamente al talento verbal de los legisladores del Congreso para guiarnos, sin que les corrijan la experiencia oportuna y las quejas efectivas del pueblo, Norteamérica no conservaría por mucho tiempo el puesto que ocupa entre las naciones. Hace mil ochocientos años, aunque quizá no tenga derecho a decirlo, se escribió el nuevo testamento; sin embargo ¿dónde está el legislador que posea la sabiduría y el talento práctico necesario para valerse de la luz que arroja sobre la ciencia de la legislación?

La autoridad del gobierno, incluso un gobierno como al que estoy dispuesto a someterme -porque obedecería de buen grado a quienes saben y pueden hacer las cosas mejor que yo, y en muchas cosas incluso a los que no saben ni pueden hacerlo tan bien- todavía es impura; para que sea estrictamente justa tiene que contar con la sanción y consentimiento de los gobernados. No podrá tener algún derecho puro sobre mi persona y mi propiedad que el que yo le conceda. El progreso de una monarquía absoluta a una limitada, de una monarquía limitada a una democracia, es progreso hacia un verdadero respeto del individuo. Hasta el filósofo chino fue suficientemente sabio como para considerar al individuo como base del imperio. ¿Es la democracia, tal y como la conocemos, la última mejora posible en materia de gobierno? ¿No es posible dar un paso más hacia el reconocimiento y organización de los derechos del hombre? Jamás habrá un Estado social realmente libre e ilustrado mientras el Estado no llegue a reconocer al individuo como una potencia superior e independiente, de lo que se derivan su propio poder y autoridad, y lo trate de acuerdo a eso. Me complazco en imaginar un Estado que por lo menos pueda permitirse ser justo para con todos los hombres y tratar al individuo con respecto como vecino; que ni siquiera crea incompatible con su propia tranquilidad el que algunos quieran vivir al margen de él, sin inmiscuirse en él ni ser abrazados por él, dando cumplimiento a todos sus deberes de vecinos y semejantes. Un Estado que diese esta clase de fruto y sufriera el dejarlo caer con la misma rapidez que madura, prepararía el camino para un Estado más perfecto y glorioso todavía, que también he imaginado pero aún no he visto en ninguna parte.

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