Bien es sabido que las patentes sobre medicamentos tienen una duración de 20 años. En ese tiempo las grandes industrias suelen intentar realizar pequeños cambios en las moléculas que se usan para poder renovar la patente sobre el principio activo y evitar así la competencia de genéricos, que otras industrias puedan usar los principios y así bajen los precios. Estas industrias invierten miles de millones y sus accionistas no quieren ni oír hablar de menores beneficios.
Una de las obsesiones es pues, modificar de forma efectiva las moléculas, para que sigan haciendo lo mismo, pero sea algo distinto de lo original y dicha modificación no sea un proceso muy largo, complejo y en ocasiones ineficaz. Poder hacer eso es un proceso caro y complejo en extremo.
En una cena que he tenido hace poco con un grupo de empresarios entre los que había varios de la industria biotecnológica me contaron el caso de un empresario que había desarrollado un sistema efecto, económico y rápido para realizar estas modificaciones. No entraré en detalles técnicos, pues tampoco los pude escuchar muy bien, pero el caso es que dicho empresario vendió el proyecto a una gran farmacéutica por 180 millones de dólares.
La pregunta lógica que hice fue ¿pero ese proceso hace que el principio activo sea mejor, más eficaz o algo? No, fue la respuesta. Era un proyecto que valía mucho dinero porque modificaba de forma rápida y eficaz los principios activos de manera suficiente para volver a patentar, pero nada más. La medicina seguía haciendo lo mismo. La molécula había cambiado lo suficiente como para poder patentarse de nuevo de forma «legal».
180 millones para perpetuar la especulación con las medicinas, para patentar y evitar la bajada de precios. 180 millones que se traducirán en millones de personas con una peor salud en el futuro.
Pero al tipo le daba igual. Él tenía 180 millones y eso es lo que contaba. El resto no importa. Suponen que si las grandes farmacéuticas pueden seguir patentando seguirán investigando, no sólo acumularán más y más para los más ricos investigando más y más para poder especular más y más con la salud de los demás. La humanidad es el medio, no el fin.
Pero aún somos tan hipócritas como para que esto nos parezca normal, e incluso en casos extremos, hasta bien.