Hubo un tiempo en el que las leyes del copyright tenían sentido: protegían a los creadores del abuso de los editores y los distribuidores.
Hoy las leyes del copyright están usando por esos mismos editores y distribuidores para luchar contra los usuarios que querrían acceder de manera más cómoda y económica a lo que los creadores hacen.
En esa descarnada lucha de temperamentos, opiniones, errores y falacias el creador es uno de los principales perjudicados, pues es la cabeza visible, el escudo humano vilmente utilizado por otros que no quieren dejar de intermediar aunque su papel deberían cambiar, minimizarse e incluso en ocasiones desaparecer.
El otro perdedor es el usuario, el fan, el coleccionista.
Sin embargo el propio editor y distribuidor está igualmente perdiendo, pues nada contra la marea que obliga de facto a un cambio legislativo, pero también social, de lo que se entiende por copyright; porque si intentas competir directamente con tu cliente objetivo, perderás.
¿Y quién gana? Sinceramente, si fuera proclive a las conspiraciones paranoicas, creo que me inclinaría a pensar que son los abogados los grandes beneficiados. Porque no olvidemos que judicializar los usos y costumbres de la nueva generación de usuarios de las tecnologías es síntoma de que algo está profundamente mal. Si alguien es capaz de pensar que sus propios hijos son criminales por el simple hecho de copiar y pasar copias de obras sujetas al monopolio forzado de unas leyes basadas en una simple opinión, que fue preponderante hace trescientos años, en detrimento, no de todos, sino de algunos modelos de negocio, algo está profundamente mal.