O’Flaertie, Wilde, Oscar

Y sentado está cerca de su flor querida el aprendiz a Oscar ¡Qué gitantismo!

¿No podría haber buscado ese individuo con ribetes de orpoel ciertamente falso, un maestro en literatura, genio y vida más modesto? ¡Qué terrible y hermoso espejismo! ¿Ese chico realmente vale la pena? ¿Es más bello que los siete pecados capitales – como decía Wilde a propósito de una orquíeda-? La planta que se yergue tan fresca, blanca y pura con sus flores abiertas delicadamente tentadoras.

Pero cierto es que Wilde abrió sus ojos y su genio a la vida un dieciseis de Octubre del año mil ochocientos cincuenta y cuatro. Ciento once (111) años después, nació este chico. Existen muchas casualidades en este mundo, pero sinceramente, tiendo a creer que las también casualidades envolvieron este alumbramiento, a los hados que lo hicieron paosible, quisieron reencarnar al Wilde con el aprendiz del mismo, creando o queriendo crear los dioses, nada más y nada menos que una reencarnación y que Dios y el auténtico Wilde me perdonen-, para hacer florecer su nombre y hacerlo brillar por los siglos.

No obstante cierto es que él ha florecido y brillado hasta ahora y ese chico no es más que un advenedizo de treinta y tres años, que poco ha hecho por el arte y mucho por su persona, viviendo una vida plena dedicada a su placer.


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