La ministra Calvo en «Mientras Comías». The movie.

By festeban (cc) by-nc-saO de cómo mientras la menestra de «cultura» deja a su suerte que cualquier pirata tenga la posibilidad de expoliar nuestro patrimonio, los próceres de la propiedad intelectual se van asegurando su «pensión» vitalicia en forma de canon sobre el avance tecnológico a costa de los ciudadanos.

Una amarga historia de lujuria, avaricía, incompetencia y dejadez que sólo demuestra la apatía, y la clase de cafres que gobierno tras gobierno permitimos que nos toreen impunemente.

Durante una comida cualquiera la menestra Talvo (interpretada por la Sra. Calvo), se ríe chillonamente a cada comentario de Eduarto Pautista (personaje interpretado por Teodoro Bautista, cantante de dudosa calidad tanto musical como moral). En otro lado de la mesa Pepe Farrá (interpretado por Pedro Farré) cuenta un chiste. Su voz se alza captando la atención del resto de comensales.

– Entonces digo yo… – dice Farrá – ¡que habría que obligar a que los internautas a que se sacasen un carnet para navegar por el internete ese, jajajaja ! ¡Y se lo creyeron! – La muchedumbre rió a carcajadas el chiste mientras a Farrá se le saltaban las lágrimas.

La menestra Talvo sintió al mirar a Farrá a los ojos un rubor incontenible y un hormigueo que sólo pudo compararlo por la satisfacción al placer puramente sexual. Sin duda Farrá era todo un hombre, la Talvo deseó poder aferrarle más cerca de ella misma, sentir su piel, su carne, hacerle sudar de pasión, pero lo sentía tan lejos, tan por encima de su nivel, que tuvo que decir algo para hacerse notar.

– ¡Qué ocurrente señor Farrá! – Dijo la Talvo – Sin duda que algo podré hacer para que el gobierno imponga el carnet y el control total en la cosa esa, como se llame, sí eso, intrené…

Farrá la miró divertido, asintió levemente con la cabeza y pensó para sí mismo «pobre idiota, se cree que realmente le vamos a dar ese puesto y esos papeles en películas que le hemos prometido, a cambio de que meta el canon por santas sean sus partes a todos los españoles. Pero mientras lo crea la seguiremos usando. A Pautista creo que le atrae ciertamente algo. No quiero imaginar qué clase de hijos tendrían esos dos«. En cambio, en lugar de expresar en voz alta su interior desagrado hacia la menestra de «cultura» brindó por ella y dijo en voz alta:

– ¡Oh, gracias Sra. Talvo, gracias a usted tenemos nuestras cuentas en las Barbados bien llenas, y hay una esperándola a usted para cuando abandone el poder que tanto le embriaga! – «Pobre estúpida,» pensó «no verás un céntimo, ese dinero es para mi«.
A la Talvo le pareció notar por un instante cierto retintín en el comentario, pero prefirió ignorarlo (pensar mucho le producía una terrible jaqueca).

En ese momento entró un pequeño funcionario, con gafas y un teléfono móvil. El hombrecillo no lograba hacerse notar entre la algarabía de la comida mientras los allí sentados, Timoncín, Pautista, Ara Velén o Pictor Mannuel devoraban suculentas langostas que habían traído de sus recientes negocios en Cuba. El hombrecillo no pudo más y gritó:

– ¡Un barco explorador americano ha encontrado un pecio probablemente en nuestras aguas! ¡Es posible que nos estén quitando nuestro patrimonio! – La Talvo fulminó al hombrecillo con su mirada. ¿Porqué le estaba molestando ahora que Farrá había brindado por ella y parecía hacerle algún caso? Era ese pesado funcionario que llevaba meses intentando mediar para que el menesterio de cultura emplease algún fondo en equipar varios barcos para la investigación. Estaba obsesionado con la necesidad de la recuperación de alguno de las decenas de pecios españoles cargados de riquezas que descansaban en el fondo de los siete mares.

– ¡Eso es absurdo!- Gritó la Talvo para intentar no parecer más patana de lo que ya era – Tenemos una lancha neumática y dos hombres que cobran 600 euros al mes cada uno, protegiendo nuestros intereses en el fondo del mar.

El hombrecillo le tendió el teléfono y dijo:

– Señora, llevo años diciendo a todos los menestros de cultura que la inversión en investigar sobre nuestros barcos hundidos debería ser una prioridad para el gobierno y no andar comiendo con esta gente que sólo consigue que la ciudadanía nos tenga más y más por completos incompetentes.- Farrá y Pictor Mannuel se levantaron de la mesa completamente airados, pero aquel hombrecillo era un funcionario antiguo, con buenos contactos y no se dejaba amilanar por los que él consideraba «aves de rapiña». Su puesto estaba asegurado, sabía demasiado sobre los oscuros secretos de la Sociedad General de Editores y algunos Autores Con Derecho a Voto, la SGEACDV (sociedad interpretada por la SGaE).

Los miró friamente a los ojos y pareció un gigante en comparación. Los otros se sentaron a regañadientes. Era mejor que «ciertas cosas» no salieran a la luz.

by oneras (cc) by-saLa menestra Talvo estaba totalmente colorada. Cogió el teléfono y al otro lado uno de sus secretarios le informó de lo que había averiguado en las últimas horas. Al parecer un barco americano, con ayuda de satélites militares había encontrado un inmenso tesoro y ya lo habían transportado desde Gibraltar a los EE.UU. Y todo había ocurrido mientras la menestra Talvo comía con sus amigotes de la SGEACDV.

– ¿Y nuestra lancha neumática de vigilancia? ¿Dónde están los vigilantes que contratamos a la empresa temporal? – Preguntó la menestra. Al otro lado el secretario le dijo la cruda realidad «la lancha pinchó y los empleados están manifestándose frente a las puertas del congreso«.

La menestra se disculpó frente al resto de comensales, se arrodilló y besó los pies de todos ellos, como tenía costumbre, y se retiró rápidamente a su humilde despacho de 80 metros cuadrados a gestionar la crisis, es decir, a emitir comunicados que de nada servirían y a no hacer nada más, tan sólo esperar a que le invitasen de nuevo a comer sus amados dioses.

– Pobre idiota – dijo Pictor Mannuel una vez la Talvo abandonó el restaurante. – No puedo creer la suerte que hemos tenido gracias a que han puesto a semejante imbécil al frente de este ministerio, y los otros menestros no son mucho más inteligentes. ¡Se han creído todo lo que les hemos prometido! Estúpidos.

– Sí, – dijo Farrá – Mientras comía con nosotros se han podido llevar un tesoro, pero nosotros hemos conseguido mucho más dinero del que ella jamás soñará con poder tener. ¡Brindemos por el canon que nos permite vivir como auténticos señores, por nuestras cuentas secretas en Barbados! ¿No es irónico que además lo que realmente la gente más copia sean obras de artistas de los EE.UU. ¡Ja, ja, ja! Cobramos un canon que no siempre repartimos en nombre de los artistas de un país que nos piratea! ¿No es genial? ¡Brindemos, brindemos!

Todos brindaron. Incluso Pautista que secretamente anhelaba un encuentro íntimo y carnal con la Talvo, la cual parecía más interesada en Farrá y el prometido puesto en la dirección de la Socidad General de Editores etc… así como los imposibles papeles en producciones de cine que en cualquier otra cosa.

Lejos de allí, el coche blindado de la menestra sorteaba las caóticas y atestadas calles de la capital de España mientras el pequeño funcionario le recriminaba por la dejación de funciones, por venderse a un grupo que directamente enemistaba a los ciudadanos con la administración, por no hacer nada por recuperar los barcos hundidos, por insultar la inteligencia de los ciudadanos al tolerar las campañas difamatorias de la Federación Anti Piraterría ¡gastanto millones y millones de euros de los ciudadanos contra ellos mismos! Pero todo caía en saco roto, a la menestra le quedaba ya muy poco tiempo de legislatura para lograr hacerse amar por Farrá y hacerse respetar por la junta de directivos de aquella sociedad. Les daría lo que fuera con tal de que la quisieran por algo más que por lograrles fondos sin fin a costa de los ciudadanos. Haría lo que fuera, incluso acostarse con ese vegestorio de Pautista si hiciera falta, y si los americanos pirateaban delante de sus narices todo el oro de aquellos barcos, daba igual. A ella le esperaba un futuro como actriz, un futuro como empleada a las órdenes de los futuros censores de el cosa esa llamada intrené, o como quiera que se llamara ese cosa (pues en el fondo no sabía lo qué era).

Y mucho más lejos aún de ese pobre reino eternamente mangoneado por necios e incompetentes, un nuevo barco norteamericano zarpaba para investigar otra pista que un satélite militar de su gobierno indicaba como posible zona para localizar otro nuevo tesoro… en aguas españolas.
——–

Disclaimer para los censores de esta tierra: «Esto es una sátira en clave humor. Cualquier parecido de lo que aquí se cuenta con la realidad sería terriblemente grave y tendría que dar con un proceso judicial contra los personajes a los que en teoría se representa. Además, si por lo que sea, alguien decide censurarme, se demostrará que la ficción no anda tan alejada de la realidad».

Texto y foto de Carmen Calvo por Mario Pena bajo licencia (cc) by-sa

Foto submarina por festeban (cc) by-nc-sa. Más fotos aquí.

3 comentarios en “La ministra Calvo en «Mientras Comías». The movie.

  1. JUAS!

    Aparte de la clave de humor, lo triste es que asi son las cosas.

    Pero descuida, que ya se ocupara quien sea de que esto no se sepa, al menos no demasiado.

    Que gran cosa es Internet; todos nos enteramos de todo, casi en tiempo real, y por eso tienen la obsesion de censurar todo aquello que no les conviene.

    En cuanto al canon y demas, pues ya sabeis: A comprar fuera. Cuando se hayan cargado el comercio local, a ver si la culpa sigue siendo de esos terribles piratas…

    Un saludo

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