Hace varios años escribí un relato corto de ficción que hoy, por pura casualidad, he encontrado entre mis miles de archivos de aquellos tiempos. He decidido ponerlo online sin corregir ni nada. Pido disculpas desde ya por su calidad, pero bueno, quería ponerlo online.
Si os gusta lo podéis descargar desde aquí en PDF.
CEROS Y UNOS
Parte 1ª¡Error! Marcador no definido.
Absurdo, eso es absurdo…
No tiene ningún sentido. Nunca lo ha tenido. Y nunca lo tendrá. Ni siquiera nos importa que no tenga sentido, nosotros no somos los que formulamos las preguntas que habrán de responderse algún día.
Ahora, tan sólo oigo ecos lejanos, voces que parecen llegar de detrás de un muro de hielo que tuviera dos metros de espesor.
La niebla me rodea, y siento frío. Y el dolor es insoportable. ¿Qué dicen las voces?.
Son tan lejanas…
Esto está tan oscuro.
Tan frío…
– Otis…– susurró una voz cercana y cálida a mi oído.
Entonces el sonido invadió mi mente. Más que sonido era un ruido intenso, molesto, estridente que martilleaba mi consciencia y no me dejaba pensar. Intenté abrir los ojos para observar a la mujer que trataba de comunicarse conmigo. No sabía por qué mis párpados se negaban a obedecerme y se mantenían cerrados. Sin embargo yo tenía la urgencia de hablar con esa mujer, quería preguntarle por lo que me ocurría. Yo no recordaba nada y lo único que me mantenía lejos del frío de la inconsciencia era esa cálida y hermosa voz de mujer.
–¡Otis… tienes que intentar hablarme! ¡Tienes que hacerlo, recuerda… el accidente…!– gritó aquella hermosa voz con un tono de pánico que invadió mi maltrecho cuerpo. Y como una sacudida letal, como un torrente de fuego que inundara mis recuerdos, todo volvió en un instante a mí. Ese último instante de mi vida, una vida que había perdido para siempre, ese instante brutal y violento que segó mi existencia en una fracción de segundo.
Un segundo, una brusca frenada, las ruedas bloqueadas, pánico absurdo invadiéndome porque sabía que iba a morir.
Un golpe seco y cortante… el silencio… .Abrir los ojos y observar aquel autobús venirse sobre mi cuerpo, destrozándolo, clavando el armazón de mi moto en mis intestinos… . Gritos, líneas transformadas en dolor… oscuridad absoluta. Dolor…
– ¡Parad el dolor! – grité súbitamente expulsando el aire que mantenía mezclado con sangre en el último trozo de pulmón que aun funcionaba.
Abrí los ojos y para mi horror observé un montón de personas con mascarillas quirúrgicas puestas ocultando sus rostros.
De entre los rostros que se alzaban ocultos sobre mí, vi dos ojos marrones y grandes como focos que me miraban con expresión entre aliviada y llena de temor. Tras unos segundos de ahogo, y tras recibir una mascarilla que suministraba gas neurótico y oxígeno, me di cuenta, con horror, que no sentía mi cuerpo, tan sólo sentía una terrible opresión dolorosa en el tronco. Una opresión que no me dejaba respirar, ni pensar…
– Otis …– volvió a decir aquella mujer de ojos marrones. Se llamaba Lúria, pero yo en ese momento no estaba seguro de quién era, o de porqué la conocía – …Otis, no tenemos tiempo. Vas a morir dentro de unos minutos. No podemos hacer nada por salvar tu viejo cuerpo… o lo que queda de él. Pero hay una…po…– el frío gris me llamaba, el dolor cesaría si volvía al frío gris. Entonces una mano me sacudió con fuerza provocando un ataque de dolor intenso y grité:
– ¡Quiero morir! – la mujer comprobó con sorpresa que yo había vuelto a abrir los ojos y la miraba fijamente. Ella se quitó la mascarilla dejando su rostro visible. ¡Qué hermosa era! ¡Qué bonitos sus rasgos!. Su boca, su pequeña nariz, el pelo ondulado empapado en sudor colgaba bajo un sombrero blanco de cirujano. – Lúria…– le llamé.
– Por Dios Lúria – clamó una voz grave y cascada que provenía de algún lugar frente a la mujer y que yo no podía relacionar con un rostro familiar – no debes moverle así, el dolor que siente es horrible,…¡y no te quites la mascarilla!.
– Yo soy la cirujano jefe, Berndt – clamó ella. ¡Qué hermosa cuando se enfadaba! – Yo mando aquí y vosotros me obedeceréis. Necesita ver un rostro familiar que le mantenga aquí, con nosotros. ¡Por Dios, es nuestro amigo!
– Berndt – murmuré al darme cuenta de que la voz del interlocutor de Lúria era la de mi mejor amigo, Berndt – ayúdame…
Lúria se volvió a inclinar sobre mí y dijo:
– Tienes que darnos permiso para que podamos llevar a cabo la cláusula D ..¡Otis no cierres los ojos…! ¡Son dos meses de vida Otis! ¿Qué dices? Unos minutos de vida incierta o dos meses en otro cuerpo…pero con tu mente intacta. Seguirás siendo tú… en el fondo.
– Lúria… – yo intentaba mover el brazo derecho para tocarla, pero a pesar de sentirlo, no podía moverlo. Cuando por fin pude controlarlo y lo elevé, comprobé con espanto que el brazo no estaba allí. Tan sólo se movió un ensangrentado muñón que lejos de señalar hacia algo o alguien, parecía clamar el final de una vida… pero… la promesa de otra y Lúria estaba allí…
– ¿Lúria… que me ha pasado… porqué no tengo brazos?.
– Otis, no bromeo, tienes que decidir ya si nos das permiso para activar la cláusula D, dentro de dos segundos será muy tarde. ¡Dos meses Otis! – el frío me invadía de nuevo, dejaba de respirar, el dolor crecía…
–¿Me quitarán el dolor ya? – pregunté. “Dos meses de vida sin dolor”.
– No sentirás nada.
– Dame vida… Lúria. Acepto la cláusula, la recuerdo, recuerdo la cláusula D.. dame… dame dos meses…– frío, oscuridad…
–¡Línea plana Dra. línea plana…muerte del corazón! ¡Es ahora o nunca!
– ¡Adelante…!– las voces son opacas y lentas… tan lentas…
El frío y la oscuridad es absurdo.
Pero ya no siento el dolor.
– “Vuelve a casa Otis, va a oscurecer… deja de jugar en el jardín, empieza a hacer frío…”
Tan sólo se ha hecho de noche y tengo que dormir. Esto es sólo un sueño más mamá…no puede estar ocurriendo de verdad. Sólo veo ceros y unos por ahí fuera… sólo ceros y unos.
Parte 2ª
– Todos los impulsos que transmite el nervio óptico, me refiero a cada nervio, posee la misma intensidad, la misma amplitud, porque el diferencial de membrana es siempre el mismo, es constante. El potencial no varía porque el estímulo lo haga, sólo varía si se da un estímulo o si no se da. Es decir, o existe estímulo, o no se transmite ninguna señal y el potencial de acción se mantiene estático. Eso nos conduce a desestimar los moduladores de intensidad como herramienta operativa capaz de controlar algo tan simple, ya que, a pesar de ser muy completos y versátiles, no sirven en su función principal para regular el flujo “IO” de los estímulos del ojo.
“En cambio, los moduladores de frecuencia, además de ser más conocidos y simples, son más económicos de construir y comportan poco mantenimiento comparados con otras partes más vitales. Estos moduladores codifican la frecuencia que diferencia un estímulo de otro”.
Cuando oí aquella voz tan familiar hablar de algo tan familiar como la voz, pude recordar aquellos primeros días, cuando sumido en la más absoluta de las desesperaciones, conocí al viejo Berndt. Berndt me confió un trabajo informático simple, a partir de ahí desarrollamos una pequeña amistad, y me incluyó en su proyecto secreto, el cual con el paso de los años se convirtió en “nuestro” proyecto, y nuestra gran amistad. Hasta que un día los frutos de tantas horas de trabajo nos reportaron el primer premio Novel que Berndt recibiría.
Pero algo molesto me hacía sentir incómodo e intranquilo. Todo estaba oscuro, y la voz de Berndt sonaba oscura y lejana, como si estuviese a cincuenta metros de distancia. Yo no recordaba como había llegado allí, ni siquiera donde estaba, aunque a juzgar por lo horizontal de mi postura, debía estar echado sobre una cama…
– Berndt…– llamé. Pero, algo andaba mal. La voz me sonaba extraña, el dolor que sentía en la lengua parecía eléctrico, algo que no había sentido nunca antes. Intenté abrir los ojos, pero no podía, debía tener una venda o algo similar…¿qué pasaba? ¿Estaba Berndt gastando otra de sus pesadas bromas? No tenía gracia, parecía que hubiese olvidado lo que había pasado desde hacía un mes o más… ¿Qué fue lo último que comí…? Por más que lo pensaba no podía recordar algo tan sencillo.
–¡Mierda Berndt! – mi lengua se movía lenta y perezosa, como si me hubiese tragado un bote de Tabasco…–¿Qué rayos me has dado?.
Se oyeron unos pasos apresurados, incluso nerviosos que se acercaban… .Y una respiración nerviosa se dejó oír cerca de mi oído.
–¿Otis, me oyes?
– ¡Claro que te oigo Berndt! Dime ¿por qué no me puedo mover? ¿Qué rayos me has hecho? – Esa voz me era totalmente ajena, apenas podía reconocerme de no ser por que, en realidad, esa voz decía lo que yo estaba deseando decir…
– Calma Otis, ¿recuerdas algo de lo que te ha pasado durante la pasada semana?
–Mierda Berndt, no se qué me has dado, pero no me acuerdo de nada, ni siquiera reconozco mi voz…¡¿Qué broma me estas gastando?!
– ¡Oh, Otis! No sabes lo preocupado que he estado… desde…– su boca se cerró abruptamente, asustado. Realmente sonaba preocupado. Y su propio miedo me invadió.
– ¿Qué ha pasado Berndt…?¡Por Dios, quítame esta venda de los ojos!
– Otis, Otis, Otis… primero tengo que decirte algo muy importante.
Empecé a temblar como un niño. Nunca había oído a Berndt hablar así. No era propio de un genio científico hablar así. Algo malo había ocurrido…no cabía duda. Y toda esa oscuridad que me rodeaba…parecía un muro de terror, que me ahogaba en un vacío angustioso.
– ¿Otis?– dijo una voz femenina, la de Lúria, la mujer que amaba en secreto desde hacía años. Al oír aquella voz la mitad de mi miedo se esfumó; Lúria estaba bien. Estaba allí conmigo, Lúria estaba cerca.
– Bueno, debe ser algo muy malo para que estéis los dos tan preocupados.–intenté que mi curiosa voz sonara despreocupada, y juraría que ambos tuvieron que sonreír aliviados. –¿No me he muerto, no…?
El silencio que reinó durante unos segundos en la habitación, me hizo sentir escalofríos.
– ¿No me he muerto, verdad? Si estuviese muerto no podría hablar con vosotros ¿no?.
– No, Otis,– replicó Berndt – no estás muerto. O por lo menos no exactamente.
– ¿Qué quieres decir? – no me había gustado aquel tono de voz, además, en ese momento noté como si un recuerdo que yo no deseaba atender intentará salir de su refugio secreto en el fondo de mi mente. Y salía lentamente, usando garras y uñas, quebrando mi amnesia temporal… poco a poco.
– Escucha Otis… – dijo Lúria con aquella cálida voz que parecía invitar a un baño prohibido en un yakuzi–…tienes que tener calma, porque lo que te voy a contar es muy difícil de asimilar, pero tienes que comprenderlo, aunque al principio te va a costar mucho aceptarlo. Nosotros somos tus amigos, no debes olvidarlo nunca – “Pero yo te amo”, pensé, como tantas otras veces. Unas palabras que nunca me había atrevido a pronunciar, y esta circunstancia no me servía de puñal que sacará al otro puñal, que desde el fondo de mi mente se revelaba terrible y afilado como colmillos de león.–… y estamos aquí para ayudarte en todo lo que necesites.–Prosiguió. A continuación sentí su mano sobre la mía, pero a pesar de tratarse de una acción que normalmente me hubiese llenado de gozo y excitación, al percibir lo ambiguo del tacto, el miedo acudió a mí como un golpe. Aquella mano que Lúria tocaba con afecto no era la mía. No lo era…
– Otis…– dijo ella determinada a comunicarme lo que yo ya sabía a esas alturas, pero lo intentaba negar – … tuviste un accidente, … con la moto. Y tu cuerpo… tu cuerpo fue… fue…
– … fue destrozado, Otis. – dijo Berndt con su acostumbrada delicadeza, pero lo agradecí, porque ya no sentía tanto miedo –… y no podíamos hacer nada por salvarlo. Otis, tu cuerpo está muerto y enterrado, pero bajo otro nombre que no es el tuyo. Otis, llevamos a cabo la cláusula D del contrato. Tu nos diste la conformidad…¿recuerdas?.
– Eso es imposible Berndt… la cláusula D no se puede llevar a cabo, y tú lo sabes mejor que nadie, tú la diseñaste… ¿queréis quitarme está estúpida venda de los ojos de una vez? Y luego, si queréis me contáis la broma, pero no tiene gracia…– No entendía por qué, pero me sentía casi eufórico, como si nada hubiese ocurrido. Aquel recuerdo de la moto incrustándose bajo el autobús debía ser simplemente un sueño. Un mal sueño… pero aquella sensación de cristales rotos que recorría mi mente, aquel zumbido eléctrico, el modo de percibir y sentir, se revelaban como monstruos que gritaban confusos programas de ordenador destinados a dar vida al que muere…
Las delicadas manos de Berndt soltaron la venda de mis ojos y la luz me iluminó. No obstante, todo a mi alrededor estaba borroso, y me sentía extremadamente incómodo, como si estuviese atrapado en un mar de tubos de plástico. Súbitamente sentí una descarga eléctrica en el cerebro, una descarga débil pero dolorosa y de pronto todos los objetos y personas que estaban a mi alrededor cobraron inusitada nitidez.
– Los moduladores funcionan Otis…– dijo Berndt sonriendo. Su cara no podía ocultar su entusiasmo ante la prueba viviente de que sus teorías acerca de los moduladores eran correctas. Entonces el mar de realidad volvió a lanzar su fría ola a mi mente desgarrada y comprendí entonces que mi cerebro había sido trasplantado, con éxito, a otro cuerpo humano.
– Apuesto que nunca habías visto tan bien en tu vida. – Dijo Lúria, intentando sonreír.
– Tienes razón… – dije perplejo todavía. Era cierto, mi anterior cuerpo nunca había tenido una buena vista. Era aún más, las incómodas gafas que había tenido que usar desde pequeño habían sido para mí, un terrible handicap durante toda mi vida.
– Otis, – murmuró Berndt alarmado por mi complacida expresión.– Pero no todo es bueno, ¿recuerdas? La cláusula D no hace milagros. Todo ha sido muy rápido y tú mismo sabes que el sistema “IO” se desactiva transcurridos dos meses. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo…?.
Claro que lo entendía. Si alguien sabía como funcionaban los moduladores ese era yo… Yo los modifiqué para adaptarlos a nuestros propósitos comerciales.
Mi muerte tenía fecha puesta, y yo conocía la fecha, la hora y el minuto en el cual iba a morir. Sin dolor, pero iba a morir. La expresión de mi cara cambió por completo, el zumbido eléctrico se hizo más intenso y poco a poco un dolor creciente fue recorriendo todo el cuerpo. Un cuerpo que no era mío.
– Escucha Otis, …– empezó a decir Lúria con su voz triste y preocupada por mi súbito cambió de expresión –… hemos, hemos conservado tu rostro, mediante cirugía, así que no te resultará tan ajeno como piensas.
Todo un remolino de emociones me invadió. Y en ese momento sólo se me ocurría un adjetivo para toda aquella situación, y moviendo todo aquel cuerpo, sintiendo el dolor que producía la súbita conexión de todos los moduladores por mi espina dorsal nueva, me incorporé por primera vez…No pude reprimir un terrible grito de dolor. No pude dominar el súbito mareo y las arcadas. Empecé a vomitar y a gritar…como un monstruo. No podía controlar aquel cuerpo nuevo, aquella nueva forma de sentir de un modo eléctrico. Lúria saltó hacía atrás al igual que Berndt. Se dirigieron hacia la puerta como si huyeran de un monstruo brutal.
– ¡Es monstruoso!– grité como un loco señalándoles con un dedo desconocido.–¡y yo soy el peor de los monstruos! ¡Yo soy la maldita prueba de mi trabajo!
Mi mente trabajaba con esfuerzo para dominar una corriente de intensidad poco habitual que producía descargas de electricidad que convulsionaban aquellas nuevas extremidades. Me sentía como un robot sin la unidad de destreza incorporada.
Caí al suelo rodeado de un charco de sangre que había brotado de mi boca, nariz y ojos.
Arrastrándome como un reptil herido me acercaba con rostro lleno de odio a Lúria, la cual, aterrorizada estaba apoyada contra la puerta intentando abrir la para huir. Berndt trataba de introducir infructuosamente su tarjeta de acceso en la ranura de la puerta.
– Luri… a…–lancé otro gritó brutal y señalé con el dedo a aquella aterrorizada mujer, totalmente descompuesta, con la tez lívida. Parecía tan vulnerable entonces, tan lejos de la habitual seguridad en si misma… – ¿qué has hecho conmigo… cómo hemos podido…?
No podía controlar la voz, ni el movimiento. En mi subconsciente sabía que pronto los moduladores terminarían de codificar las frecuencias y podría empezar a controlarme, y ese momento sería el más doloroso. El pánico que sentía se veía aumentado por el testeo antinatural que estaba realizando el ordenador “IO” para las emociones. Ante mis ojos se abrió un remolino de colores ante los cuales Lúria cambiaba de aspecto fugazmente. Durante un segundo la amé como nunca en la vida se puede amar a nadie, el segundo siguiente me dio lástima, la siguiente me fue tan indiferente como una persona pueda llegar a ser para otra. Y al final le empecé a odiar de un modo tan intenso que me acercaba a ella con el fin de acabar con su vida. Y sus ojos reflejaron el pánico de quién se ve acorralado ante su asesino…
Un dolor fugaz, capaz de matar a cualquiera en una situación normal, sacudió mi cerebro y cada fibra de aquel cuerpo nuevo para mí. No podía gritar, pero dio igual. Dejé de escuchar, de sentir… me sentí navegar en el océano de la nada y dejando de ver lo que ocurría a mi alrededor me sumergí en un mar gris de dolor, tan frío como la muerte, tan intenso como la luz del Sol. Relámpagos surcaban mi campo de visión. A continuación todo cambió y observé una trama infinita de líneas imposibles cruzándose, saltando, gritando. Líneas que brotaban de una misma materia grisácea, eterna y misteriosa.Y cada línea era un recuerdo analizado por aquella terrible máquina que daba vida a la muerte. Ese ordenador diminuto en tamaño y gigantesco en avance técnico.
“Es la quinta generación Otis, es de eso de lo que te estoy hablando… Nadie ha creído que se pueda realizar. Es el sueño de todo científico, la vida eterna… Ya no es un sueño. Es un problema económico. O si lo prefieres, un problema moral…”
“A propósito, esta es Lúria, la cirujano jefe.”
Aquellas voces martilleaban mi cerebro y me llevé los brazos a la cabeza. En un instante salí de la inconsciencia gris y volví a observar aquella habitación en la que había despertado. Berndt había roto la tarjeta de identificación y golpeaba la puerta presa del pánico. Lúria me miraba fijamente, con los ojos desorbitados por el miedo y la sorpresa. Mientras mi voz empezaba a llegar a mis oídos, llena de odio, pude tomar el control de toda la mente que había estado actuando libremente hasta el momento… pronunciando palabras que no habría pronunciado antes.
Lúria empezó a llorar y se tapó la cara con las manos. Y yo no sabía lo que había estado diciendo, durante esos escasos segundos o minutos había estado a otro nivel… pero sospeché el contenido de lo que había dicho, era evidente por la cara que había puesto Lúria.
Desde ese momento sentí cada músculo de aquel cuerpo como si hubiesen sido míos toda la vida.
“Huye Otis, ya no perteneces a este lugar. Así es la cláusula. Ahora eres un bicho raro, un engendro, un monstruo… Ahora ya nunca obtendrás el amor de Lúria… . Has sido tonto. Has equivocado tu vida. Y ahora es tarde para rectificar, el 21 de Mayo morirás… .”
Con dos rápidos pasos salté hacia delante y haciendo astillas la puerta salí al pasillo. Atrás pude oír los gritos de terror de Berndt ante la súbita sorpresa de verme lanzándome contra la puerta, que se había negado a abrirse, rompiéndola en mil astillas…
Corrí por los pasillos como un loco, buscando una salida de aquel lugar. Tenía que salir y respirar aire puro… tenía que pensar… tenía que pensar con claridad. Y para ello necesitaba una puerta que diera al exterior.
Casi sin darme cuenta me vi en el exterior del hospital de la fundación. La lluvia, sacudiendo mi operado rostro, limpiaba la sangre coagulada formando regueros rojizos que descendían hacia los jirones de un pijama que cubrían precariamente un cuerpo que hospedaba un cerebro extraño, el mío.
Parte 3º
Al mirarme reflejado en el cristal de aquella tienda no me reconocía. El rostro parecía era el mismo, pero de algún imperceptible modo era otro totalmente ajeno a mí. Y los ojos, los ojos no eran los míos… eran los de otra persona, y sólo Dios sabía lo que estas pupilas habían contemplado antes que yo. El horror y el asco que sentía al verme como un intruso, como una abominación de la naturaleza, no me dejaba pensar con coherencia.
Hacía tan sólo unos minutos que había dejado toda mi anterior vida para siempre y tenía que decidir lo que haría de ahora en adelante… hasta el 21 de Mayo.
No podía dejar de pensar en lo que debiera haber hecho en el momento en el que estuve de acuerdo con activar en mí la cláusula D , pero no tenía otra opción… al menos en ese momento y ante la disyuntiva de vivir unos minutos en agónica incertidumbre o dos meses sin dolor, metido dentro de otro cuerpo, la opción parecía clara. Por lo menos para mí. En esos breves minutos de indecisión pasaron por mi mente todas aquellas cosas que todavía no había hecho… y eran muchas según recuerdo. Eso fue lo que decidió lo que habría de ocurrir. Pero ahora, pensándolo mejor, ya no estaba tan seguro… ni siquiera recordaba todas las cosas que en aquel momento crítico me parecieron tan transcendentales. Ya no eran tan transcendentales y desde luego, vivirlas dentro de un cuerpo ajeno no contribuiría a hacerlo más agradable, sino más bien todo lo contrario.
Tenía frío y hambre, además no llevaba ni una moneda encima y no iba a volver al hospital de la fundación… No volvería allí nunca.
¿Cómo no fui capaz de entender lo monstruoso de nuestro proyecto? Era realizar el mito de Frankenstein,… algo que no se debía hacer… y nos pareció maravilloso, todo un reto. Y ahora yo era la prueba del engendro que habíamos creado. Un monstruo conectado a un cuerpo mediante el dispositivo más sofisticado creado hasta el momento, la 5ª generación de ordenadores. Los ordenadores pensantes. Y a pesar de mi horror y disgusto, no podía dejar de sentirme fascinado por todo aquello.
Recordándolo bien, cuando conocí a Berndt y a su equipo, entre los cuales estaba Lúria, ni en mis sueños más salvajes y desquiciados habría logrado imaginar que el proyecto pudiera llegar a semejante perfección. Todo sea decirlo, siempre me mostré bastante escéptico al respecto.
El proyecto surgió hacía diez años, en 2016, cuando Berndt provocó una convulsión científica al presentar su tesis doctoral de física. En realidad fue expulsado de todos los ambientes científicos por causa de defender sus ideas acerca de la interpretación informática de los potenciales de acción en las neuronas del cuerpo geniculado lateral derecho. Años más tarde, sería el propio Berndt quién criticaría lo equivocado de su tesis, pero la base que aquel estudio le proporcionó para experimentar y desarrollar y la relación de errores corregidos después le condujo a ciertas conclusiones que habrían de revolucionar el concepto de la medicina moderna. Todo fue casi por casualidad, surgió de una broma tonta en medio de una tertulia de un café universitario. Bien, pues esa broma hizo que Berndt pensara un poco más en otra opción casi no estudiaba… Tres años después ganaba el premio Novel de física por su trabajo y el mío.
Berndt, desde un principio se había mostrado muy disgustado con los procedimientos médicos para los transplantes de órganos, pero pronto asumió, como todos los demás, que no existía otro modo de llevarlos a cabo… Pero cuando el avance técnico posibilitó el transplante de porciones cerebrales, los problemas de los viejos métodos se revelaron insalvables. Berndt dijo en una ocasión: “O es todo el cerebro, o no se transplanta ni una maldita neurona.” Y todo el mundo científico se decantó por la segunda opción… menos Berndt, su equipo, y entre ellos, Lúria y yo.
Dejamos de pensar en el transplante de un cerebro de una manera estrictamente biológica (que implica el terrible “rechazo cerebral”) y lo empezamos a considerar desde un punto más cibernético, esto es ordenadores: En aquella época, 2022, la tercera generación había sido superada por la revolucionaria cuarta generación, que no obstante no era la esperada por Hans Peter Moravec quien predecía una cuarta generación pensante. Aún así, la cuarta generación era el salto previo a la 5ª, el momento ideal en el cual Berndt tomó la iniciativa y habló con una empresa subsidiaria de Epson sobre la oportunidad única de aprovechar la lenta y tediosa enseñanza que requerían los ordenadores de 4ª para desarrollar la 5ª sin competencia alguna.
Así, mientras las empresas dedicaban años enteros a inculcar a complejos entramados neuronales vulgares nociones de pensamiento lógico, Berndt y NEXUS INC. desarrollaron las bases para la futura 5ª generación. Y con aquellas bases la patente… y con la patente vinieron los millones y millones de dólares, y la absorción de Epson por NEXUS LIMITED. Y con ello la libertad económica que permitiría a Berndt y a su equipo llevar a cabo su proyecto secreto más ambicioso, el transplante total de cerebro, o en otras palabras… la Resurrección, la Vida Eterna, la tentación de ser un Dios. Y yo fui arrastrado por esa misma ambición… sin considerar sus terribles consecuencias.
Simplificamos los modelos de comportamiento cerebral a unos límites con los que se podía trabajar, y rediseñamos los moduladores de 4ª generación para adaptarlos a la 5ª. Convertimos esos moduladores en diminutas cajas que conectaban el cerebro huésped al cuerpo hospedante a modo de intermediarios electrónicos. Así no había contacto biológico, ni rechazo, ya que la sangre se filtraba en otra pequeña maravilla diseñada por Lúria y su equipo. La Bañera, como ella la llamaba, era un artefacto diseñado en Japón y modificado en los laboratorios SANDOZ en Baviera, que tras un reajuste propio, era capaz de extraer el oxígeno de la sangre de cualquier cuerpo y transmitirla a un suero sanguíneo que recorría todas las venas y vénulas del cerebro. El más terrible de los problemas provino de vaciar los cerebros de otros restos de sangre sin matarlo. El proceso de alta precisión fue controlado en un principio por un superodenador CRAY XII de la NASA y duraba cerca de cinco días. Los resultados en animales fueron bastante esperanzadores, así que pronto el proceso se acortó hasta poder ser realizado en cinco horas con un ordenador de 5ª producido por NEXUS LIMITED.
Los moduladores conectaban las redes neuronales de un cerebro ajeno a los nervios del cuerpo mediante una codificación previa. Cada pieza costaba entorno a los cincuenta millones de dólares, y se requerían cerca de treinta piezas para un transplante completo. Pero el problema más grave consistía en la autonomía de funcionamiento de estos dispositivos… la carga de las baterías duraba poco tiempo. Las diminutas baterías convencionales no podían mantener el programa informático diseñado por más de unas horas, y luego, la muerte del animal resultaba terrible y dolorosa. Así que instalamos un dispositivo de desconexión que se activaba una hora antes de la muerte del individuo ahorrándole el sufrimiento por el agotamiento de la energía cibernética. Simplifiqué el programa, desarrollamos la 6ª generación de baterías de alimentación a costa de muchos millones y mucho más trabajo extra. Y hasta hacía un mes, lo máximo que se podía mantener la vida cibernética con un mínimo de garantía era dos meses. Entonces Berndt creó la cláusula D, por la cual si cualquiera del equipo sufría un accidente, o un ataque, o una mutilación, o diagnosis de cáncer incurable, o similar y si antes de su muerte, y de ser la recuperación de su cuerpo imposible, accedía a activar la cláusula D en su persona, esto significaba que su cerebro sería transplantado a un cuerpo que hubiera muerto por ataque cerebral o algo similar en un instante similar. Todos accedimos. Pero ¿por qué? ¿Suponíamos acaso que podríamos tomar nuestra resurrección como algo científico, sin considerar seriamente nuestra muerte programada?.
Es una tortura conocer el momento de tu muerte… creo que es la peor de las torturas.
Así me encontraba yo entonces en medio de esas reflexiones, frente un cristal de una tienda mirando sin ver, sin saber que hacer, impotente ante un destino que se acercaba cumpliéndose inexorablemente. Los moduladores trabajaban con eficiencia plena, interpretando lo que yo pensaba en fracciones infinitesimales de nanosegundos. “Ahí fuera sólo hay ceros y unos… es un simple programa de ordenador… y el ordenador sólo diferencia entre ceros y unos… la máquina más perfecta es nuestra mente. ¿Por qué enfrentarnos a crear máquinas que ya están fabricadas desde hace miles de años…? Basta con perfeccionarlas.”
Poco a poco me iba acostumbrando a la sensación eléctrica con la que interpretaba el mundo exterior, bueno y el interior también. Tenía que hacerme a la idea de que aquel era ahora mi cuerpo, mi envoltorio, y tenía que comer algo… o moriría. Y morir de hambre horas después de haber resucitado no era la mejor de las ideas posibles.
No me costó mucho mendigar unas monedas, pero pronto descubrí que serían insuficientes para pagarme una comida más o menos razonable. Por unos instantes tuve el deseo de volver a casa… pero seguramente habrían mandado a alguien allí por si se me ocurría aparecer. Al fin y al cabo, dentro de mí llevaba cientos de millones de dólares en piezas de altas precisión. ¿Cuánto podría costar el conjunto de un cuerpo humano resucitado cibernéticamente…? ¿Tenía precio acaso algo tan perfecto? Se supuso que la cuarta generación iba a consistir en máquinas pensantes comparables a humanos…¡qué ilusos! Ni siquiera en 2026 comprendíamos como funcionaba el cerebro humano al completo.
Decidí robar… sí. Tomar ventaja de un cuerpo atlético y de proporciones considerablemente mayores que las de mi anterior cuerpo y amenazar con matar a cualquiera que no me diese todo el dinero que llevara en la cartera.
Me sentía como un robot, incluso como un super-villano. Y logré asustar a unos cuantos viajantes solitarios hasta lograr una gabardina y cerca de trescientos dólares. Además, mi rostro demacrado y con restos de sangre no sería fácil de describir coherentemente.
Entré en un bar donde pude comer algo… aunque al principio sentí unas arcadas casi incontrolables. Fui al baño y allí, mirándome perplejo al espejo me aseé un poco y me cambié la ensangrentada camisa por otra limpia que había comprado en un puesto callejero.
Me daba la sensación de ser un curioso voyeur mirando el cuerpo de otra persona, más de algún modo así era. Empecé a marearme y salí bastante precipitadamente de aquel antro oscuro y opresivamente vacío.
Y una vez en la calle, bajo la incesante lluvia, ya sin hambre o mareo me empecé a cuestionar varias cosas como qué era lo que me quedaba por hacer antes de morir, o en qué iba a emplear mi tiempo… Pero lo que más me asustó fue la certeza que me hizo perder todo el aire que llevaba en los pulmones; estaba sólo, no tenía a nadie con quién hablar, nadie a quien comunicarle las inquietudes que mis recién adquiridos miedos me proporcionaron.
Por supuesto que podría haber vuelto al hospital de la fundación, pero allí sabía que me tratarían como a una pieza de porcelana a punto de romperse. Me podía imaginar las fingidas sonrisas, los estúpidos chistes… los rumores… las conversaciones secretas, las miradas disimuladas, la lástima.
Seguramente, además, estarían bastante ansiosos por que yo respondiera a un par de preguntas importantes. “Los moduladores de 5ª generación no preguntan el “porqué” de tener que realizar la codificación de cualquier frecuencia de impulsos nerviosos. Aunque puedan hacerlo, el algo totalmente inútil ya que en el cerebro de una rata, por tener un ejemplo, se registran miles de impulsos por segundo, y de esos miles tan sólo un diez por ciento tienen un sentido para nuestros ordenadores exteriores, ¿y el otro noventa? Esas son las emociones más débiles, más complicadas de comprender… como el miedo, la esperanza… el instinto. En el hombre esta diferencia es aún más acusada, ya que las emociones del hombre son infinitamente más complejas y elaboradas que las de un roedor. ¿Dejarán los moduladores transcurrir esta codificación sin alterar el mensaje que aún nosotros no somos capaces de identificar? El modulador no cuestiona nada, tan sólo transmite por medio de una codificación en dos sentidos: Orden–mensaje”.
–Sólo ceros y unos, Berndt.–dijé para mí mismo bajo la lluvia de la ciudad.–No tienes ni idea de lo acertado que estuviste al dejar pasar todos las frecuencias sin intentar eliminar las aparentemente superfluas. Aquí en el cerebro pasan muchas cosas y de un modo incomprensible, a pesar de la parte cibernética que llevo encima, todo está intacto, como si no hubiese pasado nada en absoluto. No tenemos ni idea de lo que pasa por los moduladores. Por muy avanzados que sean estos artilugios, no se puede comparar al cerebro. En eso falló la cuarta generación, le faltó la complejidad del pensamiento humano. Sólo ceros y unos Berndt… sólo hay ceros y unos ahí fuera…
Conforme pasaban los días, la soledad empezaba a hacerse insoportable. En lo único que podía pensar era en mi muerte, dentro de menos de cincuenta días… En ese momento yo me encontraba ya en otra ciudad y había vagabundeado tanto por sus calles que ya me las conocía todas.
Un día, metido en un bar escuché la conversación de un hombre que parecía bastante abatido:
–Sí, señor,–le decía a un empleado bastante duro de mollera– necesito en técnico de UIL para mi coche, no me quiere hacer caso y tengo que recoger a mi mujer dentro de diez minutos a cuarenta millas de aquí… ¿Me entiende?
Por la expresión del empleado éste no debía de entender absolutamente nada. La UIL1 es la unidad inteligente de locomoción que incorporan algunos viejos vehículos a ruedas para poder soportar el intenso tráfico de los nuevos vehículos por superconducción. Yo tenía bastante conocimientos sobre tan arcaico tema así que me presente ante el hombre y le dije:
–Si quiere yo le puedo echar una mano.
–¿Usted entiende de UIL?–preguntó esperanzado.
–¿De que compañía es la UIL?
–De Epson, bueno, de Nexus…
–¿De tercera generación?– pregunté esperanzado yo.
–Sí. Así es.
–Bien –sonreí– Yo diseñe el software para esa UIL.
–Usted bromea,–rió alegremente el hombrecillo– eso es imposible.
–¿Le importa que miré su coche?
–En absoluto. Me parece que aquí no me van a ayudar demasiado. Vamos.
Cuando dos minutos después el coche volvió a saludar a su dueño pidiendo disculpas por su mal comportamiento, el rostro de Daniel Jubak no podía reflejar más agradecimiento. En realidad no fue difícil acceder al ordenador del coche. Yo me conocía un pequeño truco, una puerta trasera, que evitaba la complicada operación de escaneo que hubiera tenido que realizar cualquier técnico.
Cuando Daniel Jubak se ofreció llevarme adonde quisiera, después de recoger a su esposa e hijas, y le dije que no iba a ningún lugar en particular, insistió en que le acompañará, que deseaba presentarme a su familia y que me invitaba a cenar en su casa, que tenía que contarles mi hazaña informática, y que si yo no estaba presente no le creerían jamás. Acepté la idea muy agradecido y durante los diez minutos que tardó en recorrer el vehículo las cuarenta millas hablamos de las cosas más variadas. No obstante, en ningún momento le conté mi verdadera historia, y le dije que estaba de “Vacaciones anti-stress”. No era una idea muy afortunada, pero era única que se me ocurrió en ese momento.
Mientras me hablaba de su esposa e hijas yo no dejaba de pensar en Lúria, y en lo que ella habría tenido que sentir aquel día, cuando desperté en el hospital. Pensé en lo maravilloso que hubiese sido formar una familia con ella… y en lo extraño que se había vuelto todo de repente.
–Ya hemos llegado señor.– Dijo el hombrecillo señalado por el cristal hacia un grupo de personas que salían de un edificio que parecía ser una escuela.
–Llámeme Otis…–dije yo.
–Está bien Otis,–dijo él– pero entonces tienes que llamarme Danny.
La mujer, Ángela, y sus dos hijas Michelle y Sandy abrazaron Danny nada más llegar. Me presentó y les contó lo genial que había estado riñendo al ordenador del coche y que por eso me había invitado a cenar. Ángela declaró que prepararía algo especial, nada de esas tarrinas dietéticas que según ella “no sabían a nada más que a plástico”. Todos asentimos al mismo tiempo y empezamos a reír.
Y aquella risa fue, casi sin darme cuenta en ese momento, como un nuevo amanecer. La primera vez en mucho tiempo que volvía a ser un hombre de verdad, sin esa pesadilla que vivía desde hacía ya diez angustiosos días.
Los Jubak vivían en un edificio de un suburbio bastante modesto. A pesar de todo la casa rezumaba calor por los cuatro costados. Y aquella sensación se dejó notar a lo largo de toda la cena. Durante ésta hablamos animadamente de temas que yo casi había olvidado que existían. Incluso las niñas tuvieron la ingenua tendencia de interrogarme sobre los temas propios de niños. Jamás había pensado seriamente a lo largo de mi vida en la cuestión de que los niños eran, sin lugar a demasiadas dudas, lo mejor que existía en esta Tierra abatida bajo la ambición de los adultos y su mal supuesta madurez… Además yo siempre había sido de la opinión de que a los niños había que tratarlos como a personas normales, no como si no fueran capaz de discernir nuestras mentiras tantas veces innecesarias sobre la vida.
Las dos hijas del matrimonio Jubak había sido además educadas en un ambiente de igualdad que se había saldado con esas dos encantadoras criaturas capaces de ponerte en un buen aprieto en ciertos temas tan popularmente vedados a las mentes supuestamente infantiles.
Una vez las niñas se fueron a dormir, nos quedamos los tres hablando hasta bien entrada la madrugada. Danny me relató entonces un poco de lo que hacía. Trabajaba en una empresa de construcción de autómatas y afirmaba no poder tragar a su jefe, una especie de inútil individuo aséptico y sin imaginación alguna para evolucionar.
–He de confesar –dijo– que muchas veces, en realidad, desde que trabajo sueño con volver al campo verde. Dejar que el Sol me diga lo que tengo que hacer… Contemplar la naturaleza, sin prisa por volver a la civilización. Allí no hay prisa, ni jefes inútiles, ni preocupaciones. Allí sólo hay aire puro y sol. ¿Has estado últimamente en el monte, cerca de los campos de Hillway donde no hay fábricas?
–Lo cierto es que llevo muchos años lejos de todo lo que no sean laboratorios y fábricas. Casi no recuerdo como es un árbol.–Desde que Daniel Jubak hablara sobre la naturaleza, mi mente empezó a vagar por lo más recóndito de sus recuerdos para tratar de rememorar como debía ser estar en un lugar limpio, con una brisa que no te envenenara los pulmones…
–Creo que me gustaría volver algún día a la naturaleza.– dije. Daniel Jubak me miró y como si mi voz hubiera denotado cierta ansiedad dijo:
–A veces todos necesitamos tomarnos un respiro para poder pensar con claridad, y sobre todo para reconciliarnos con lo que sea que tengamos que reconciliarnos.
–Supongo que todos tenemos un pecado que expiar.– Mi voz trató de sonar despreocupada, pero sonó más bien irónica. Mi voz , una voz que en realidad no era mía.
Luego, la conversación volvió a tomar unos derroteros más relajantes pero noté que se hacía tarde y cuando dije que tendría que ir pensando en irme, insistieron en que me quedara. Lo cierto era que no tenía a donde ir, y menos a esas horas así que decidí aceptar la invitación para quedarme a dormir allí aquella noche.
Dormí mucho, dormí como un niño. Soñé con rostros que casi había olvidado. Vi el rostro de Berndt el día en que le conocí, con aquel aspecto desgarbado y el pelo revuelto. Pude mirar con nueva atención las hermosas facciones de Lúria, esos ojos brillantes, esa turbadora sonrisa que tanto me había hecho sufrir en silencio… Y soñé con viejos amigos ya perdidos en el laberinto del tiempo y los acontecimientos. Soñé con lugares que una vez me fueron entorno natural y ahora eran lejanos parajes casi irreales y fantásticos. Y finalmente soñé con un individuo tímido y taimado, débil, vestido con pantalones de pinzas y lleno de arrugas, demasiado formales en cualquier caso para un ambiente escolar normal. Ese muchacho con gafas y acné era yo. Le miré desde mi sueño y él me miró a mí. Me reconoció a pesar de mi nuevo cuerpo demostrándome que lo importante era lo de dentro y que él y yo éramos iguales por muchos años que hubieran pasado abriendo una brecha eterna en el curso de los acontecimientos. Me sonrió con una mirada llena de astucia futura y comprensión. Y me despedí de él para siempre. Adiós pequeño amigo mío. Y muchas gracias por no haberte dado nunca por vencido.
Me desperté tarde, cerca del mediodía en la mitad de un día soleado, el primer día del resto de mi nueva vida. Pues al descubrir dos niñas al lado de mi cama preguntándome si las podría ayudar con sus deberes, en ese momento supe que ya no podría irme lejos del calor que generaba aquella familia única.
Pasados diez días yo ya era muy popular arreglando todos los sistemas informáticos estropeados del vecindario. Prácticamente no disponía de tiempo libre y no paraba de trabajar. Rápidamente fui aceptado en el vecindario y empecé a disfrutar como jamás lo había hecho del trabajo. Y pronto llegué incluso a organizar mi tiempo de modo que pude ahorrar algo de éste para el ocio, para pasear y mirar de nuevo, una vez más, todo lo que me rodeaba.
Un día paseando por el vecindario vi a una chica morena que me recordó mucho a Lúria. Casi hubiera dicho que era ella misma. Reprimiendo el primer temblor que me asaltó y que se fue mitigando al darme cuenta finalmente de que no era Lúria, miré a aquella chica fijamente a los ojos y ella me devolvió la mirada con perplejidad creciente en tanto que yo no apartaba mis ojos de ella.
Y pasó de largo y yo proseguí mi camino hacia el final de la calle. Sonreí y en ese momento supe, que si aquel día, cuando desperté en mi nuevo cuerpo, le dije a Lúria lo que sentía al haber perdido el control sobre mi voluntad, obré bien. Hice lo que debía. No me arrepiento ahora de haber expresado mi amor por aquella por quién lo sentía, no importaba que ella no lo sintiera, eso era lo de menos ahora. Los sentimientos están hechos con alas para que puedan volar, no debemos retenerlos… Y así yo podría caminar hacia el final de la calle con la misma tranquilidad con la que caminaba al mismo tiempo hacia el final de la vida.
Danny y yo solíamos ir hacia las afueras de la ciudad los fines de semana. Me enseñó un pequeño lago en el que él pescaba con su padre cuando era niño.
–Yo crecí al otro lado, en la orilla opuesta. Mi padre me enseñó a apreciar lo bueno de la naturaleza, la clave del equilibrio entre las cosas que habitan este mundo. Y para enseñarme a respetar esto me enseñó a pescar, y apreciar lo que nos da la naturaleza, todo lo bueno.
–Yo nunca he pescado…–dije yo.
– ¿De verdad? Eso tiene fácil solución. – Respondió a su vez Danny frotándose las manos.
Estábamos aquel sábado sin fecha tendidos cerca de un riachuelo que desembocaba en el lago. Habíamos estado pescando desde muy temprano por la mañana y aunque había amanecido nublado, ahora el Sol calentaba la orilla sobre la cual habíamos montado nuestro improvisado campamento pesquero. La suerte nos había acompañado aquella jornada, y cuatro bonitas truchas prometían un buen almuerzo. Una de las truchas la había pescado yo… y eso sí que había sido suerte. He de admitir que no fue fácil pescarla, pero Danny afirmaba que era una pieza que no había que dejar escapar y yo no quería defraudarle. Me había internado hasta la mitad del riachuelo para capturarla con la red cuando resbalé y me sumergí completamente. Cuando volví a salir a la superficie vi a la enorme trucha mirándome a la cara. Lancé la red velozmente y la cogí. Salí del río completamente empapado, pero con la trucha. Mi aspecto debía ser muy cómico a juzgar por las risas histéricas de mi compañero de pesca. Pero toda emoción quedó para mí atrás cuando contemplé mi captura, aquel gran pescado. Danny también miró a la trucha con admiración y dijo:
– ¿Ves esta trucha? Esto es lo que decía mi padre acerca de lo que pescábamos. “Lo que capturamos nos es dado por la naturaleza, se respetuoso con esta verdad, porque un día la naturaleza te reclamará a ti para que alimentes la vida que se renueva eternamente”.
– Tu padre era un filósofo. – Comenté.
– No lo sé, sólo sé que tenía razón, que le gustaba observar la vida. Nunca perdió un minuto de la suya porque siempre la quiso, siempre supo que la razón de la vida no es más que ella misma. Era un cazador cazado por la naturaleza. No le tenía miedo a la muerte porque ésta era necesaria. Tampoco era demasiado ambicioso.
– ¿Murió hace mucho? –Quise saber.
– Hace unos cinco años, y todavía le hecho de menos. Es curioso. Yo podía tener un problema terrible en el trabajo o con mi familia. No sé, el caso es que cuando iba a visitarle a su granja, nos íbamos a pescar o a caminar por el cañón de Silverspring en Utah y me escuchaba con atención y comprensión, y luego me hablaba con la calma propia de los años bien aprovechados, y lo que decía era tan obvio y simple que el problema me parecía entonces mucho más pequeño. Me pidió que siempre que titubeara ante la vida pensase en la firmeza de los montes que nos sustentan, en la constancia del viento que nos da brisa, en lo pequeño de nuestra condición comparada con el universo que nos rodea y que nos mantiene con vida. Pero yo nunca pienso en eso cuando tengo un problema. Sólo pienso en él, en mi padre, en su mirada clara y tranquila. Y tú, ¿cómo era tu padre?
– Mi padre se divorció de mi madre cuando yo tenía siete años. Hubo peleas respecto a mi custodia. Ganó mi madre, pero después de aquello nunca fue la misma. Hace muchos años que no veo a mi padre. La última vez fue por televisión. Es un gran empresario, pero no siento ningún afecto por él. Mi madre no era una mujer brillante. Toda su vida había sido una esclava de la circunstancias. Se crió entre patios tendiendo ropa. Después del divorcio se dedicó totalmente a mí. Gasto una fortuna en operaciones por mis ojos…
–¿Tienes mala vista?
– Bueno, la tenía, era un gran miope. Pero ahora ya no. De algo tuvieron que servir los esfuerzos de mi madre…¿no?
– Jamás hubiese dicho que tenías mala vista.
Ni yo le quería contar a Danny que en realidad sí tenía mala vista. En algún sitio escondido dentro de mi prestado cráneo, el cerebro guardaba la información genética que confirmaba mi miopía. Pero aquellos ojos que lo observaban todo como si estuvieran descubriendo el mundo por primera vez no eran míos. Tal vez hubieran visto ya la naturaleza antes que yo usurpara su propiedad. Pero eso ya no me preocupaba. El calor del Sol me secaba las ropas. El aire era fresco, todo el ruido que había era producido por las aves que en la ciudad se arrastrarían más que volarían, y que aquí eran hermosa opulencia musical, saltos vertiginosos de árbol en árbol.
– Nunca he trepado a un árbol. – Dije perplejo ante este súbito pensamiento mío.
– Ja, ja, – dijo Danny – eso también se puede arreglar.
El mundo es un lugar extraño. Tal vez el mundo sea algo que nace de la vida. Pero la vida es mucho más de lo que pensamos. El mundo había sido para mi cuatro paredes, una consola de ordenador y alguna que otra cena en un restaurante no demasiado caro que el sueldo no me daba para demasiado. Ni siquiera cuando llegó el desahogo económico producido por las patentes supe aprovechar la posibilidad de viajar hacia el relax, hacia el descanso. No podía, no quería dejar de trabajar. Me decía que así podría siempre estar cerca de Lúria, aquella mujer con la que jamás podría fundar una relación afectiva porque ella vivía en un lugar diferente al mío. En realidad lo que ocurría era que la vida me daba miedo, la vida y el mundo y todo lo que esto significaba.
Lúria había vivido siempre de cara a la vida y al mundo. Yo no lo había visto claro hasta el momento en que subí al árbol que crecía en la orilla del río en el cual pesqué aquella trucha. Porque desde la calma de ese árbol observé el mundo por primera vez. Lo hermoso que puede ser si se le da la cara, si uno se atreve a enfrentarse a él con el temor justo y necesario. Me sentía fuerte y feliz al ver aquel mundo porque sentí que recuperaba la vida, una vida perdida durante muchos años. Danny me había abierto la puerta al infinito, un lugar en el que no hay fronteras marcadas por bits, ni por segundos, ni por leyes ni reglas.
Porque el espacio de tiempo que me quedaba de vida hasta el 21 de Mayo era para mí el más infinito que podía existir. Y sin embargo ni siquiera este espacio infinito me pudo quitar la tristeza que me invadió desde el momento que bajé del árbol hasta el día en que me despedí de Danny y su familia. Y no era por temor a la muerte. Yo ya estaba muerto en realidad, era por no poder seguir enfrentándome al mundo después de aquel día. La muerte es algo necesario. Claro que a nadie le gusta morir, pero en mi caso, y pensándolo bien, yo ya no podía quejarme, ya que ya había muerto una vez, y al resucitar había vivido por primera vez. Si no hubiera sido de este modo, tal vez nunca hubiera llegado a vivir de verdad.
Mi tristeza se acentuaba al sentir que el cariño de los Jubak era algo a lo que yo no podría corresponder más que por unos días. Durante estos días di grandes paseos, unas veces sólo, otros con Danny, alguna vez fuimos todos juntos. Pero sólo cuando estaba solo me sentía bien conmigo mismo, con mi cuerpo extraño. Porque ese cuerpo y yo éramos como dos criaturas hermanas que se encaminaban cómplices hacia el mismo final trágico. Y supongo que esa sensación de complicidad es la que me ha mantenido sereno ante la realidad cruel que ha sido mi extraña vida durante dos meses, ante la realidad de la muerte próxima. Pero no estoy solo…, no estoy solo.
El día 19 me despedí de los Jubak. Todos se sorprendieron menos Danny, que me llevó aparte y me tendió la mano mientras los ojos se le humedecían levemente:
– Yo ya sospechaba que nos dejarías pronto. Siempre supe que estabas de paso. Tienes algo en la mirada que te lleva lejos. Tan lejos que no puedes quedarte con nosotros.
– No volveré Danny. Es curioso, siempre pensé que en un momento de despedida tendría mucho que decir. Cosas que recordar. Pero no hay nada de eso. Sólo recuerdo el día en que fuimos a pescar y trepamos a aquel árbol. ¿Recuerdas?
– Sí.
– Es allí donde quiero estar. Mirando el mundo, pescando, compartiendo, riendo una vez más. Cuando os acordéis de mí, o cuando tal vez venga alguien y os pregunte por mí, recordad que yo siempre estaré en aquel árbol. Mirando al infinito…
…mirando al infinito. Mirando a la vida. Mirando al jardín donde sólo hay ceros y unos. Tal vez alguna vez haya habido algo más que ceros y unos, yo no lo sé.
Sobre la mesa del escritorio de Daniel Jubak he dejado un sobre lacrado en el cual está mi testamento legalizado. Lego todo lo que poseo a esa familia tan especial y cálida. Mi fortuna es más que simplemente considerable. No en vano soy dueño de un diez por ciento de la patente de la 5ª generación de ordenadores.
Ahora estoy de nuevo en el campo. El Sol brilla como nunca lo ha hecho en mi vida que yo recuerde. Escribo esta líneas y no me importa pensar que dentro de una hora escasa dejaré de vivir. He surcado carreteras con una vieja moto. He respirado el aire puro recordando a Daniel Jubak y su familia, unas personas que sin apenas conocerme me habían dado todo su amor y afecto sin pedir nada a cambio.
“Aquí no hay ceros ni unos Berndt. Aquí sólo hay sol y aire puro. Nunca aprenderemos la lección y nunca nos daremos cuenta de lo inútil de nuestra obstinación por la técnica. Lo más maravilloso no lo fabricamos nosotros sino la naturaleza. Pero Berndt, si lees esta líneas has de saber que en el fondo os agradezco la posibilidad que tú y Lúria me habéis facilitado para vivir dos meses más. He descubierto que no temo morir, pues por fin he comprendido lo importante de la vida.
Porque aquí dentro, en la naturaleza, todo funciona como debe. Díselo así a Lúria. Cuéntale cuánto la he querido. No os entristezcáis, y sobre todo no me recordéis como ese ser atormentado y confuso que despertó hace dos meses en el hospital de la fundación. Recordadme como vuestro viejo y fiel amigo, el que se lanza a la más misteriosa de las aventuras que existen. El que va hacia el infinito mirando hacia el infinito. He de dejar de escribir ya amigos míos. Noto el final cerca.
Y aquí, al final, sólo hay ceros…
… y unos …”
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Por Mario Pena
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