Cuando estuve en EEUU estudiando Grado 12, equivalente al COU de entonces, viví en casa de una familia americana en un pequeño pueblo de Texas al Noroeste de Dallas-Fort Worth llamado Boyd.
La casa estaba en una zona de campo, no era el típico lugar de residencias con jardines pegados unas a otras, sino más bien grandes parcelas de terreno con pequeños bosques alrededor y con separaciones entre casas de más de 100 metros, con lo que era frecuente no ver ni escuchar a los vecinos. ¿Porqué es esto importante? Ahora lo explico.
Lo cierto es que teníamos vecinos de lo más curioso, como unos que decidieron tener una cría de tigre como mascota; cosa que por fortuna pronto se solucionó por la denuncia de algún otro vecino que previendo que pronto el cachorro se convertiría en tigre adulto, uno de los dos únicos depredadores naturales del hombre y no tardaría mucho en saltar la demasiado baja valla de seguridad del perímetro de la casa de los dueños.
Pero si eso nos pareció sorprendente o exótico, mucho peor fue lo que pasaría un par de meses después.
Estaba yo en el colegio cuando se empezaron a escuchar sirenas e incluso ruido de helicópteros. Eso no era demasiado frecuente en una población relativamente tranquila de poco más de ochocientos habitantes. Sin embargo el ruido pasó y seguimos con nuestras cosas de clase.
Cuando a media tarde terminaron las clases, mi madre adoptiva en EEUU vino como de costumbre a buscarme en coche y fuimos para casa. Cual fue mi sorpresa al observar que en el camino a nuestra casa se agolpaban a los lados coches de policía, furgonetas negras, furgones de los SWAT e incluso había un helicóptero aterrizado a la altura de la casa de uno de nuestros vecinos al que por fortuna no llegamos a conocer nunca en persona.
La casa de los Greene estaba literalmente tomada por los cuerpos de seguridad. Perplejo le pregunté a Sharon, mi madre americada, qué había pasado. Ella, supongo que entretenida por mi pasmada expresión, me contestó que esa mañana había aparecido el FBI y la policía local para detener a nuestros vecinos, los Greene por el presunto asesinato de varias mujeres.
Sí, igual que en las películas pensé yo. No me lo podía creer. Había convivido sin tener la mínima sospecha con unos vecinos asesinos en serie.
El juicio contra el matrimonio Greene se empezó a celebrar a poco tiempo de tener que volver a España pero nos fuimos enterando de algunos escabrosos detalles, como que se acusaba al marido del asesinato de varias mujeres entre 40 y 50 años, rubias y blancas y que las había enterrado en los propios terrenos de la casa. Se pedía la pena de muerte para el hombre y se investigaba si la mujer era cómplice o no del presunto asesino. De considerarsele cómplice se enfrentaría también a la misma pena.
No sé cómo quedó el tema. Al final perdí la pista, pero fue una de esas cosas que se te quedan grabadas en la mente y te muestra el lado más oscuro de una sociedad, la americana, de grandes contrastes.