
Es tal vez extraña la atracción que algunos sentimos por la tormenta, por la tempestad. Esa manifestación de la climatología que nos sitúa pequeños ante el desafío de la fuerza desatada. Esos vientos que arrojan el agua y la arena a nuestras caras hiriéndolas.
Es la tempestad, no obstante, la oportunidad que nos da la naturaleza para mirarla a la cara y sonreír a la muerte. Es la oportunidad de desafiar los elementos, erguirnos como pequeños gigantes en medio del caos y el desorden. Encontramos la oportunidad de ganar o perderlo todo, quedar desnudos mirando la más simple realidad; la naturaleza se nos antoja violenta, peligrosa. En realidad solamente es. Nada más.
El universo gira ignorante, porque no tiene conciencia de nuestra existencia, de nuestra acción. Y al mismo tiempo somos nuestro propio universo. Sólo nos probamos a nosotros mismos cuando no hay nadie más alrededor. La perfecta soledad dentro rugido del monstruo.
Al final sólo podemos enfrentarnos a nuestros miedos estando solos, ante la tormenta, ante la tempestad, el frío y la perfecta desolación de una playa desierta.