La propiedad intelectual se entiende como una religión

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Creative Commons License photo credit: MikeBlogs Cuando tantos políticos, legisladores, abogados, entidades de gestión e industria del entretenimiento nos exigen respeto hacia la propieadad intelectual, nos exigen no sólo respeto unidireccional, sino que se exige que no cuestionen los preceptos en los que se basan sus ideas. Esto significa que hay que tener fe en ellas. Por cierto, yo les diría a estas personas que el respeto se tiene que ganar, no debe ser nunca automático. Por ahora no se gana el respeto sino el desprecio y nos basamos en su irresponsable comportamiento que insulta a toda la sociedad.

Cuando se pide respeto para la propiedad intelectual se está exigiendo un acto de fe, un acto de completa credulidad y sumisión. Como sabrán los que me conocen, yo hago algo que no es muy popular hoy en día; yo prefiero pensar, prefiero formarme, como bien decía George Carlin, mis propias opiniones. Sé que es estúpido, pero estoy lejos de ser perfecto.

El caso es que no soy amigo de religiones de ningún tipo. La religión del copyright, como todas, se basa en dogmas, en actos de fe, en aceptar aquello que va en contra de toda lógica y sentido común.

La propiedad intelectual, el copyright y sus leyes no sólo pueden ser cuestionados, sino que tienen que ser cuestionados. Es una cuestión de supervivencia humana. Una cuestión vital.

Internet y la era digital muestran a los ciudadanos la cara más espeluznante de los especuladores del entretenimiento. Los defensores a ultranza del viejo y caduco modelo de propiedad intelectual basan sus esfuerzos en un sistemático adoctrinamiento, en repetir una y otra vez una serie de mentiras y medias verdades (definición de mentira completa) ante lo evidente de su mentira. El objetivo no es otro que seguir controlando a la ciudadanía y para eso hay que poder controlar qué y cómo comparten, limitar lo que puedan llegar a crear y dejar la cultura lo más lejos posible de aquellos ansiosos por construir una forma de pensamiento crítico. La industria del entretenimiento y la mayor parte de los políticos que basan su poder en la ignorancia de la gente, son el perfecto monstruo simbionte. Que la cultura y la educación lleguen a las personas no favorece sus intereses. Es así de simple.

Nadie, o al menos pocos, piden la destrucción o eliminación de la «propiedad» intelectual completamente, pero sí se exige una adecuación, una revisión en profundidad de las leyes que la soportan.

La razón es sencilla si uno lo piensa. La razón de que la «propiedad intelectual» se pueda cuestionar y replantear se basa en que todo lo que se crea sólo es posible basándose en lo que se ha creado, lo que existe y la interacción entre miles de factores. Todos somos un poco creadores, todos somos un poco actores, todos formamos un poco parte de lo que se hace. Todos somos un poco dueños de lo que todos hacen. Al menos un poco. Al menos algo. Es inmoral apropiarse de todo. Los que creamos debemos devolver mucho de lo que hacemos. Pero esta realidad molesta a los poderosos porque pone en peligro su cómodo negocio de recibir sin dar absolutamente nada. El secuestro impune de lo que pertenece a la humanidad: La Cultura.

Así pues la restricción total al acceso a lo que se crea es lo más parecido a robar un poco a toda la humanidad. La propiedad intelectual tal y como lo entienden los radicales de la industria del entretenimiento y sus simbiontes, los políticos, es lo más parecido a un robo contra la totalidad de los humanos que son y han sido. El monstruo simbionte se convierte en un parásito de la humanidad.

Y como el resto de religiones en declive, ahora tienen miedo y harán lo que haga falta para mentener a sus sumos sacerdotes en sus puestos de poder. Harán lo que sea para que sigamos siendo robots obedientes al servicio de los de siempre.


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