Libranda o cómo no vender ebooks para mantener una industria caduca

La cultura y su difusión debería ser un objetivo primordial de los gobiernos. Que lo que hagan sea justo todo lo contrario debería ser sujeto de análisis profundo. De hecho se está analizando y es preocupante observar las conclusiones a las que estamos llegando.

Libranda es un ejemplo de lo que no hay que hacer si quieres adaptarte a los tiempos que corren, y lo que es más, si quieres estar en buena posición para lo que tenga que venir.

Libranda es un artefacto nefasto no sólo desde el punto de vista de la «usabilidad» sino del propio concepto en sí pues destruye sin remisión copias de libros al incluir DRM en el contenido. El empleo del DRM en contenidos que lógicamente algún día, dentro de un siglo aproximadamente, deberían llegar al dominio público, es la forma tecnológica de piratear a la sociedad aquello que si bien no le pertenece ahora, por derecho propio le tendrá que pertenecer tan pronto el monopolio estatal otorgado al autor y sus derechohabientes venza.

Como bien dicen un contenido con DRM es un contenido que no se posee ni se poseerá nunca. Se tiene, en todo caso, un permiso tácito bajo calificación de potencial criminal de quien lo adquiere, para acceder a un contenido de alguna determinada manera. El problema es que Libranda lo hace ofreciendo un servicio atroz y sin explicar nada.

Lo admito, no me he molestado en usar Libranda, tengo el privilegio de conocer a muchos de los que ya la ha probado y confío mucho en su palabra. No tengo mucho tiempo que perder en soluciones perdedoras. Soy de esas personas un poco chapadas a la antigua que prueba, lee y compra libros en papel, aunque ahora, lo admito, me da cada vez más rabia pagar a esos editores del siglo pasado (o el anterior). Tengo muchos libros, me encantan y me gusta pensar que los escritores pueden en ocasiones llegar vivir de escribir.

El libro es la forma que tienen los grandes creadores de vivir para siempre, de comunicarse con nosotros superando todas las barreras, incluso las de la muerte. Si el libro caduca por llevar DRM, también el autor caduca. El DRM asesinaría definitivamente al escritor si no fuera por todos aquellos que se proponen que no sea así y liberan los contenidos de esas restricciones artificiales arriesgándose a que los gobiernos los penalicen. Así pues me bajo de forma gratuita y sin DRM libros de Internet, pero libros que tengo en papel, por los que ya he pagado. Porque pago por poder leer el corpus misticum siempre que quiera, sin incompetentes que me llamen ladrón potencial a la cara. El corpus mecanicum no me importa, no es relevante. Es el poder acceder siempre, es el tener las copias y poder usarlas aunque la tecnología y los gustos cambien.

Así pues tenemos por un lado Libranda, una herramienta excepcionalmente negativa para la sociedad y los creadores que recibe las alabanzas de ciertos politicastros y por otro lado tenemos a gente que libera esos contenidos subiendo a Internet versiones sin limitaciones que ayudan a garantizar el futuro acceso a dichas obras. ¿Porqué los primeros son los «legales» y los otros son considerados los «ilegales»? Si vivimos en un mundo al revés es porque consentimos.

Hay mucho que podemos hacer, pero sobre todo hemos de recordar que lo que está en juego es mucho más que la supervivencia o no de unos cuantos editores apolillados. Está en juego el derecho de acceso a la cultura. El uso de DRM debería estar simplemente proscrito o penalizado de tal manera que con las multas o licencias para usar dicha tecnología se pudiera acercar el dominio público a la sociedad.

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