La razón contra el adoctrinamiento

Por enésima vez el lobby del copyright extremista presenta su clásica guía del buen uso de Internet para niños.

Siempre he dicho que el debate importante será impuesto por precisamente los que, hoy niños y mañana jóvenes serán los adultos en cuyas manos esté el futuro de la sociedad y, porqué no, del «copyright»; un conjunto de leyes ideadas y ya cuestionadas en un tiempo pasado, cuando no existía el componente digital que Internet ha popularizado.

La cuestión del copyright es que parece que hubiera que tomarlo como un todo incuestionable, como un dogma de fe que no admite discusión, o quien lo discute es un hereje, que traducido en lenguaje del citado lobby resulta ser pirata o amigo de piratas. Y no hablamos de los auténticos piratas que las leyes del copyright primitivas pretendieron combatir, los editores y distribuidores, hablamos de criminalizar al ciudadano que actúa sin ánimo comercial.

Pero el copyright en su sentido más amplio no sólo se puede cuestionar, sino que es imprescindible cuesitonarlo. Hay que cuestionar si debemos quitar el «copy» del copyright y dejar todo el debate en el puro ámbito de la competencia deseleal. Debemos decidir si queremos que los chavales que nos sucederán sean estigmatizados como criminales por simplemente comprender que copiar contenidos, distribuirlos y promocionarlos por lo tanto entra dentro de lo razonable, tanto o más que dar un consejo, contar un chiste o relatar un cuento.

La escala es lo que preocupa, pero eso es todo. Se trata de complejos modelos de negocio llevados por personas incapaces, a aparentemente incapaces, de crear nuevos modelos de negocio basado en la superabundancia de capacidad de copia y creación digital.

¿Qué existe un componente digital en el proceso de creación y debe poder ser remunerado de alguna manera? Por supuesto, pero el copyright debe servir en espíritu únicamente para fomentar esa creación, y no necesariamente la sobreexplotación posterior que mantiene en la existencia una industria de intermediarios agonizante y con cada vez menos razón de ser.

Debemos cuestionar no sólo lo que hoy se postula como ilícito sin serlo, sino la vigencia o conveniencia de perpetuar leyes que proscriben cualquier avance en le necesidad de saciar un hambre fundamental, el del acceso al entretenimiento, la cultura y el conocimiento.

 

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