Cuando se pone la noción de un dios sanguinario por delante de las vidas de las demás personas, sólo se demuestra lo despreciable, perdedor y y cobarde que se puede llegar a ser.
Aquellos que se convencen de que matando y muriendo no tienen nada que perder y todo que ganar carecen de mérito objetivo alguno. Son lo peor de la especie humana y se les debe combatir. Y se debe combatir con especial atención a aquellos islamistas que tejen los mimbres de manipulación religiosa para que esos otros despreciables tengan la cobertura y autojustificación que necesitan en sus patéticas vidas y más repelentes procesos mentales.
Nuestra sociedad es imperfecta, mucho, pero aún y todo es infinitamente mejor de lo que estos despreciables cobardes podrán llegar a ofrecer al resto de la humanidad.