Los estúpidos y el catálogo de Ikea

Via meneame me encuentro con este texto con licencia CC by-nc-nd en Dame la Voz firmado por Carlos Fenollosa que suscribo y me tomo la libertad de reproducir en su integridad. Recomiendo no obstante a todos que os paseis por el blog original a leer y dejar un comentario, que son igualmente interesantes.

Me vais a permitir que encarne en el «catálogo de Ikea» todo lo que vienen a ser los folletos publicitarios, triple envoltorio de plástico para las magdalenas, doble precinto de las botellas de agua, flyers, y un largo etcétera de productos de un solo uso con utilidad nula. He escogido al catálogo como cabeza de turco porque es un tocho de papel satinado, a todo color, que yo no he pedido que me envíen y que anuncia un producto en el que el lector sólo estará interesado cuando se mude o reforme su casa, es decir, una o dos veces en la vida.

Por el párrafo anterior ya podéis intuir de qué va el tema. Parece que una magdalena va a estar contaminada de ébola a menos que lleve un plástico individual, otro plástico para el pack de 3 “para llevar” y otro plástico para la bolsa, sumado a un tercer plástico que es la bolsa de la compra. De todos ellos, irónicamente, el único reutilizable es la bolsa de la compra, que la mayoría de la sociedad usamos para tirar la basura. ¿Los otros? Simplemente, forman parte de esa basura. Digo que es irónico porque las administraciones están poniéndose serias para restringir las bolsas del súper, cuando lo que deberían hacer es parar la vorágine de productos de un sólo uso o, sorpresa, de cero usos.

Como no quiero que me malinterpretéis, os voy a comentar que soy un convencido y un activista del reciclaje. En casa tengo varios cubos: orgánica, papel, vidrio, envases, aceite, pilas, electrónica y finalmente la “basura” propiamente dicha, que no entra en ninguna otra categoría. YO RECICLO. Es por eso que me enfurece que me traten como un idiota, que quieran prohibir la única bolsa útil —seamos sinceros, a veces estás en la calle y te ves obligado a entrar en el súper sin haberlo previsto— mientras a mi alrededor se amontonan una serie de residuos y nadie hace nada para evitarlo.

Soy uno de esos estúpidos a los que educaron de pequeños en la economía sostenible, tanto en casa como en el colegio, y se lo creyó. Por poner algunos ejemplos; me hace duelo tirar comida y por eso compro lo justo para que no se me pudra en la nevera, aunque me implique echar a correr muchos días porque tengo la nevera vacía. Me invade un sentimiento de culpa cuando en la impresora del trabajo imprimo un documento a una sola cara en vez de a doble cara, aunque luego reaprovecho el papel para hacer garabatos. Cierro el grifo cuando me lavo los dientes, ¡leches! si hasta hay veces en que no tiro de la cadena después de mear, si sé que voy a volver dentro de un rato. Tengo difusores en todos los grifos, doble botón en la cisterna del wc, bombillas de bajo consumo, apago los monitores cuando voy a comer para que no gasten luz en stand-by. En resumidas cuentas, intento despilfarrar lo mínimo; y uso la palabra «despilfarro» porque, seamos sinceros, no me voy a lavar mejor los dientes porque esté el grifo chorreando.

Como os iba diciendo, soy un poco tonto y creo en eso de que «todos los gestos cuentan». Por eso me indigno cuando, en plena sequía, todos los céspedes y piscinas de la zona alta de Barcelona estaban relucientes. Cuando llego a casa y me encuentro el buzón lleno de publicidad imprimida a todo color, en papel satinado, mientras imprimo los artículos en arial 8 para ahorrar papel y tinta. Cuando me compro una botella de agua y tiene «doble precinto de seguridad» —más el tapón en sí.

Ya que aparece el tema del agua, quiero aclarar una cosa. En Vilanova i la Geltrú el agua del grifo es imbebible, y por eso todos compramos garrafas. No sabéis qué lujo es poder beber agua del grifo, pero nosotros, simplemente no podemos. El agua es blanca. Pero, ¿sabéis qué?, ese agua es potable, y la pagamos como tal. Voy a ser más específico; pagamos el recibo del agua con un suplemento porque es potable. ¿De qué sirve que sea químicamente potable, si es humanamente imbebible? No sirve ni para regar las plantas. Pero claro, de cara a la galería, cuando realicen los informes del ayuntamiento, se jactarán de que «el agua de Vilanova i la Geltrú es potable» y se colgarán la medallita.

He de reconocer que me considero una persona moderada, dentro de mi estupidez. Por ejemplo, considero que está bien dejar encendidos los focos de la Sagrada Família por la noche, aunque gasten luz. Es bonito, y es un consumo asumible. También me parece bien, por contra de lo que opina mucha gente, que jueguen al fútbol de noche, con el consiguiente gasto de luz. ¿Habéis intentado jugar a fútbol en junio a las tres de la tarde, como hacen en el norte de Europa? El sol abrasa, ciega a los porteros aunque lleven gorra y la gente no iría al campo sólo por no pasar calor. De nuevo, es un gasto asumible, en mi opinión. Debe de hacerse lo posible por ahorrar en este gasto, pero no es necesario cortar el 100% de los gastos superfluos.

¿Quién pone la barrera de lo que es superfluo? Hombre, nadie me negará que un bote de mantequilla no necesita tres precintos de seguridad. Que no es necesario que un edificio de oficinas esté iluminado por la noche. Que pongan el aire acondicionado a 16º «porque está regulado en la central» y tengamos que abrir las ventanas para que entre aire caliente, sin posibilidad de cambiar el termostato.

Cuando estuve en la Expo de Zaragoza vi unos gráficos que no he conseguido localizar para este artículo. Se trata del consumo de agua para la producción de algunos objetos o servicios. Me escandalicé al ver el agua y energía que se invierte —digámoslo así— en cultivar una lechuga, producir un cartón de leche, fabricar un ordenador. Son ejemplos básicos, y siento no tener cifras, pero lo de la lechuga era de escándalo. Algo así como 100 litros de agua. Lamentable, vamos.

Es decir, ¿yo he de aguantar la peste a orín en el wc de mi casa por no gastar 3 litros de agua, pero un agricultor no está obligado a usar técnicas de riego eficiente? ¿El ayuntamiento puede tener tuberías que pierden miles de litros de agua al día, pero me multan si tengo una gotera que da a la calle? ¿He de poner doble cristal para ahorrar en calefacción mientras el ayuntamiento tiene las puertas abiertas y el aire acondicionado puesto?

Agua, electricidad y recursos básicos como la madera son recursos relativamente escasos. No hay que llegar al extremo de intoxicarse por beber agua del grifo con tal de ahorrar, pero los estamentos públicos deben espabilar y legislar al respecto, sin demagogia ni perroflautismo, por favor. Dejar de imprimir el BOE y distribuir un PDF es inteligente. Prohibir las bolsas del súper, ignorando los envoltorios de los productos es hipócrita. Fomentar el ahorro energético y el consumo responsable es inteligente. Subir el precio de la electricidad es hipócrita. Mejorar el transporte público es inteligente. Obligarnos a circular a 40 km/h en autopista es hipócrita. Usar papel reciclado en las Administraciones es inteligente. Permitir que Ikea nos mande un catálogo con publicidad que cuesta 1/10 de árbol y 50 litros de agua es hipócrita. Legislar los hábitos de consumo del ciudadano y la Administración es inteligente. No legislar los de las empresas es hipócrita.

Esta doble moral, de cara a la galería, ecologismo de pandereta y ninguneo del ciudadano es lo que más me preocupa. Sería fácil decir que «paso de reciclar», pero no, yo asumo mi responsabilidad, y no voy a dejar de hacerlo. Pero, por favor, no me tomen el pelo. Un respeto a los estúpidos como yo.

Un comentario en “Los estúpidos y el catálogo de Ikea

  1. José Manuel

    Yo me asombro de lo de Ikea.
    Ahora cobran las bolsas, o sea no las dan sino que las venden. Una bolsa de papel, 20 céntimos (35 de las antiguas pesetas)
    «Es por la contaminación», dicen.
    Sin embargo, todo lo que venden viene embalado en plástico, y del grueso. He ido a comprar unas velas y estaban envueltas en plástico. Unos cuadros, y también. Una lámpara, de nuevo plastificada.
    También quise llevarme una planta. Les he pedido que metieran la maceta en una bolsa para que la tierra no se derramara dentro de mi coche, y me han dicho que no me dan la bolsa sino que me la venden.
    Ahí les he dejado todo lo que compré. Que se lo queden ellos y lo envuelvan en papel si quieren, o en plástico, que a mí me da exactamente igual.
    ¿Cómo se puede predicar el ecologismo de esta manera? Un negocio es lo que es: el falso negocio del ecologismo.

Deja un comentario