Lo admito, cada día aguanto menos el humo del tabaco. Cuando hay alguien fumando cerca el estómago se me pone mal y se me irritan los ojos. Cada vez aguanto menos las chimeneas humanas de veneno que pasan a mi alrededor, pero están en la calle, nada puedo decir, aunque en más de una ocasión tal vez debiera.
Pero lo que aguanto aún menos son las chiquilladas de tantos pretendidos adultos que no son capaces de ir a un bar si no es para fumar, que no son capaces de apagar el dichoso pitillo y llaman a la rebelión porque no se les permite fumar en lugar donde, con mucha frecuencia, hay gente que no desea que les metan veneno en los pulmones a la fuerza bajo la ilusoria percepción de que existe libertad de elección de estar en un bar o restaurante en el que no se permite fumar.
No creo que sea difícil de comprender, no creo que sea tan difícil adaptarse a la nueva situación. Muchos, muchísimos ya lo han hecho y lo cierto es que no es algo terrible, no es algo realmente dramático. Es algo completamente normal en muchos países con tradiciones casi más arraigadas que la nuestra.
Me irrita que algunos piensen que mis derechos están por debajo de los suyos, pero lo que me parece más triste es que no sean capaces de madurar un poco, dejar de fumar en bares y con entereza y altura de miras pasar al siguiente tema.