Hace unos cuantos años ya fui el responsable de una página web de videojuegos que no se encontraba en su mejor momento de popularidad. Con trabajo y tenacidad logramos llevarla a cotas no vistas hasta entonces. Lo curioso del tema es que yo no me considero, porque de hecho no lo soy, experto en temas de video juegos, pero para llevar un proyecto de este tipo fue sin duda la mejor opción. Al carecer de prejuicios sobre las distintas plataformas y géneros, pude tratar todo el sistema con la más exquisita neutralidad centrándome en lo importante, dar a los lectores aquello que demandaban y por lo que estaban dispuestos a ofrecer su atención.
¿Porqué hablo de ésto? Porque ayer tuve una de esas extrañas conversaciones o discusiones con un escritor muy preocupado con que la gente copie archivos con sus libros sin su autorización expresa o en contra de su voluntad.
La conversación se volvía surrealista por momentos, como ocurre siempre que se habla sobre un tema que levanta tantas pasiones: La propiedad intelectual, los derechos de autor y su ubicación en el entorno digital de Internet.
Sería largo de explicar sus argumentos, los míos ya están suficientemente expresados en este blog, pero al final de dar mil vueltas, de estar preocupados por un daño moral a pasar a estarlo por un supuesto daño patrimonial alternativamente, pasamos a un argumento final que merece especial atención, y no es otro que el siguiente: el mercado español para los libros es distinto de cualquier otro, y como yo no conozco en negocio editorial no puedo, o como poco, no debo criticarlo.
Lo cierto es que un comentario así me deja perplejo porque por lo visto los conocedores de ese mercado no observan que existan otras posibilidades de negocio que el de la venta de ejemplares físicos por librerías. Como mucho empieza ahora a existir una oferta, largamente torpedeada, de poner algunos libros en formato digital para lectores de libro electrónico.
Bien, es posible que no conozca en profundidad el negocio editorial español, pero por lo que veo conocerlo tampoco es sinónimo de éxito o de acierto. Y cuando hablamos de negocio editorial tal vez sea ese el problema; conocerlo y basar su noción de futuro en forzar a la gente a consumir contenidos de únicamente la manera que ellos quieren, en lugar de ofrecer lo que la gente demanda; contenido de calidad, diferenciado, servido con valor añadido de forma conveniente y tan económico que compense el costo de oportunidad. Existen muchos prejuicios y querer ir sobre seguro en un entorno digital es, para empezar, un error de base. «Desaprender» se convierte, por lo tanto en una necesidad. La auto crítica es fundamental para poder reconocer errores y ser capaces de enmendarlos en parte. Tal vez no toda la estructura editorial actual sea sostenible en forma y cantidad.
Porque en honor a la verdad el citar ejemplos conocidos de éxito en otros países, e incluso en el nuestro, pequeños o grandes, no les evita a muchos la tentación de negar toda evidencia empírica ya sea volviendo al argumento de que «Spain is different» o «un éxito puntal no es necesariamente extrapolable». Da que pensar que el negocio editorial en España no sea capaz de tomar la ventaja de ser nuestro idioma uno de los más hablados del planeta, o el hecho irrefutable de que los libros se pueden traducir y exponer en otros mercados con multitud de posibilidades de rendimiento económico y sobre todo visibilidad.
Tal vez la auto publicación no sea algo nuevo, cierto, pero ¿que hay que hagamos que sea enteramente nuevo? Más bien poco. A veces de lo que se trata es de usar una idea buena con el momento adecuado y en generar nuevos intermediarios, tecnológicos tal vez, que ayuden a exponer nuestras obras en muchísimos más entornos, para muchísima más gente y en muchísimas mejores condiciones.
Pero sea auto publicación o publicación tradicional, al final del día, como comenta Chris Anderson, podremos haber discutido eternamente sobre si nos gusta que una manzana caiga al suelo cuando la soltamos, pero aunque hagamos una ley que diga que eso no debe ser así, al final de la discusión la manzana caerá por la fuerza de la gravedad. Lo mismo ocurre con la copia de ficheros. La discusión moral es irrelevante a efectos prácticos (que en definitiva es lo que nos ocupa). La gente seguirá haciendo copias de los ficheros digitales que contengan obras que les gusten. Ya es hora de adaptar la propia ley de propiedad intelectual y por supuesto los negocios a esta realidad y beneficiarse de ello. Aunque sólo sea por el bien de los creadores y su clientes actuales y potenciales.
Lo que es seguro es que repitiendo el mismo mantra una y otra vez, sin exponerse, sin explorar, sin arriesgarse y sobre todo, sin ser capaces de esforzarse por conectar con los lectores dispuestos a ofrecer su atención, nada va a pasar para mágicamente salvarles en plena expansión de la economía de la atención (en claro detrimento y retroceso de la economía de la escasez de capacidad de copias digitales). Hay miles de ideas en las que inspirarse y cientos de millones de personas que estarán dispuestas a interactuar de forma transparente y honesta. Pero por ahora algunos ni están por la labor… ni se les espera. Y sí, son muy libres de optar por esta posibilidad, como nosotros somos de criticarla.
Algunos autores e intermediarios veces no entienden que la crítica no es contra ellos, sino que es constructiva en su favor. Su competencia está ya ahí fuera, y no son las copias que la gente se hace sin pagar, y si no hacen nada serán tan irrelevantes como en su día se volvieron los fabricantes de hielo o los vendedores de grasa de ballena para las lámparas que iluminaban las calles.
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