Desde hace casi seis años estoy trabajando en proyectos en Internet. Desde hace cuatro estoy en el mejor trabajo que podía imaginar que tendría alguna vez, y eso después de haber trabajado algo antes en cosas que no me gustaban tanto, pues eran demasiado burocráticas para mi gusto.
Así que actualmente soy de esos privilegiados que trabaja desde casa y tiene un jefe que sinceramente no se merece. No me puedo quejar, más bien al contrario. Digamos que el sueldo no es para echar cohetes, porque los precios, la hipoteca de una pequeña casa de 55 metros cuadrados en Irún y tener dos niños nos obligan a ambos a trabajar, y al menos tenemos trabajo, que no es poco.
Pero sé que no siempre será así y que desde luego no todos los trabajadores hacen lo que les gusta ni tienen un buen jefe. Ni siquiera sé qué ocurrirá con mis hijos en el futuro.
Da igual lo razonablemente bien que esté uno en un momento dado, la poca queja que pueda tener de sus jefes o empresas, pero ante el ataque violento a los derechos de los trabajadores llevado a cabo en los últimos años elementos de presión controlando los principales partidos grandes, que no grandes partidos, y la enésima estocada, creo que es deber de todos el luchar cuanto antes para recuperar lo que perdemos a marchas forzadas.
Ante la chanza de los empresarios del pelotazo, de la ganancia cancerígena de «a toda cosa» y «todo vale», debemos enfrentarnos y luchar o después será mucho más difícil.
Una huelga no es algo que se deba contemplar, es que es imperativo que se realice. Pero no debemos parar ahí. Debemos desobedecer y debemos hacer pagar a los mentores de estos ataques si escrúpulos. Debemos, que no es poco, cambiar nosotros mismos y pensar que otro modelo productivo y de consumo es necesario.
Y todo debemos empezar a hacerlo ahora o más tarde acabaremos viendo como una revolución violenta y sangrienta es inevitable.