Hace unos años conocí a un señor hindú que me contó una historia cuya autoría original no conozco, pero que creo vale la pena publicar aquí:
En uno de esos trenes que cruzan grandes extensiones de la India viajaban en un vagón dos hombres que no se conocían de nada. Uno de ellos estaba acompañado de sus dos hijos que no paraban de jugar y alborotar por todo el lugar. El hombre sentado frente al padre de los niños no dejaba de pensar en lo mal que había educado ese padre a sus hijos pues les consentía tanto ruido y juegos que podían molestar, y de hecho ocurría, al otros pasajeros.
Durante unos minutos todo siguió igual ante la creciente incomodidad del hombre que no dejaba de mirar al padre que tenía la mirada perdida en algún lugar distante al otro lado de la ventana del vagón.
Tras un rato el padre pareció que despertaba de algún tipo de ensueño y se dio cuenta del enfado y las inquisitivas miradas del otro viajero. Entonces se dirigió a él y le dijo: «por favor, lamento que mis hijos le estén molestado. Espero que nos sepa disculpar. Venimos de lejos de enterrar a su madre en su ciudad natal. Desde que ella murió esta es la primera vez que he visto a mis hijos volver a reír y jugar. Me siento incapaz de pedirles que dejen de hacerlo.»
La expresión del otro hombre cambió enseguida y pasó del enfado a la profunda comprensión. No había nada que perdonar. El viajero se quedó mirando alternativamente al padre y a los niños mientras estos seguían jugando y casi sin darse cuenta empezó a sonreir ante las inocentes travesuras de los niños y sus risas.
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Con demasiada frecuencia respondemos con agravios a los que nos agravian. A veces hay que escuchar, a veces hay que preguntar. A veces hay que comprender de la misma forma que en muchas ocasiones nosotros queremos que nos comprendan. A veces somos el viajero sentado enfrente del padre, otras veces somos el padre. A veces somos los niños.
¡Que linda historia.. muy conmovedora, aprender de los niños, o major dicho reaprehender, asi con «h» nos haría mejores personas….