Me encanta el cine, me encantan las películas, yo era un gran coleccionista, un cliente ejemplar, pero con lo que ya no trago por más tiempo es con la industria repugnante que con escusas baratas insulta y desprecia día sí y día también a los ciudadanos, espectadores, clientes y potenciales clientes por una única razón auténtica: no son capaces de innovar en el entorno que está comenzando de contenidos digitales. Así que ya no les compro, o mejor dicho, compro lo menos posible. Y la gente dice que me pierdo mucho pero ¿realmente me pierdo tanto? No ver películas nuevas, tengo muchísimas que ya adquirí o conseguí de una u otra manera, ¿me produce tal pérdida?
No estoy seguro. Puede que ocasionalmente me pierda alguna joya, pero en términos globales ese tiempo que hubiera tenido que dedicar a esa joya, además de excesivo dinero que no me puedo permitir ya gastar, lo puedo dedicar a encontrar alguna de esas otras joyas, que en el dominio público, me aguardan. Hablo de libros, música o viejas películas que me están esperando y que nos esperan a todos.
En el fondo las joyas no únicamente son las nuevas o las novedades. Hay joyas del cine y la literatura que ya existen desde hace tiempo, que son accesibles desde el dominio público, que nos están esperando escondidas tras el resplandor brillante de las enormes campañas de mercadotecnia que eclipsan con su áurea el hecho de que casi todo lo realmente novedoso y avanzado ya ha sido filmado, grabado, escrito o pensado antes.