Tal vez el factor más determinante que influye en la permanencia de las religiones en el mundo es el carácter sagrado que se otorga a si misma. Es incluso difícil debatir sobre la propia religión pues ésta se ha armado de muchas herramientas con el fin de protegerse de si misma. Así en muchos países se regula por ley de manera más o menos explícita la imposibilidad de criticar libremente las creencias religiosas como si la idea en si, no las personas, fueran las que se deben respetar o tolerar.
No me cansaré de repetir que se respeta a las personas y éstas podrán creer lo que sea, esa es su libertad, pero que no se debe respeto a las ideas por mucho que éstas sean aceptadas por colectivos grandes y durante mucho tiempo. Es más, habría que debatir si creer en religiones es una muestra de libertad o más bien una imposición de la tradición, la conveniencia o la corrección política. Una persona religiosa está lejos de ser realmente libre. La persona, como tal, sólo puede ser libre cuando tiene la mayor cantidad de información posible de todos los factores que determinan las situaciones, es capaz de cuestionar y puede formular hipótesis sobre la parte de información que no se tiene.
Todo es relativo y todo cuestionable. Es importante que los librepensadores ataquen las ideas religiosas, porque no hacerlo sienta una especie de peligrosa aquiescencia hacia la superchería que suponen las religiones.