Me gusta observar las calles, la gente cuando camina cada una con un objetivo y destino distinto, con diferentes pensamientos en sus mentes. Y tras los años observo que las calles han cambiado. Ya no son como eran antes, ahora empieza a haber otros colores, otras tonalidades, otras miradas.
Y no puedo evitar sonreír al pensar en ello.
En esas calles antaño monolíticas, estandarizadas, calles que creíamos de nuestra única pertenencia están siendo recorridas por otras personas, que vienen de lejos, o cuyos padres vinieron de lejos buscando una vida mejor para sus familias.
Vemos colores nuevos, oscuros, y más claros, miradas profundas que han observado otros lugares lejanos, rasgos orientales o cabellos oscuros como la noche.
Esas personas, llamadas migrantes no son distintas de nosotros, de los que llevamos toda la vida sin movernos de aquí y sin embargo son diferentes porque traen una riqueza, una visión, una perspectiva que desconocíamos. En realidad traen el tesoro de lo distinto. Sólo con estímulos distintos podemos pensar en cosas diferentes por lo tanto hacer cosas diferentes y así evolucionar.
Y la absurda pretensión de ser dueños de una calle se desvanece ante la firme realidad de que todos en esta tierra somos partes de una misma familia para bien y para mal. Cualquiera puede ser capaz de la mayor mezquindad, cualquiera puede ser autor de la más noble de las gestas. El color de la piel, el acento, la procedencia poco tiene que ver cuando hablamos de los universales valores de hermandad.
Ahora cuando el mundo por fin se llena de toda la gama de colores unos sienten miedo ante lo desconocido. No yo, tal vez porque sea curioso, tal vez porque me guste lo exótico, tal vez porque la realidad es que veo oportunidades donde otros sólo ven amenazas. Tal vez porque me fijo en las sonrisas sobre todo y tal vez porque me divierta con los obtusos que ven en todo esto una amenaza.
Sí que hay una amenaza sobre ellos, la amenaza de tener que pensar, de tener que aceptar que el mundo es algo cambiante, con cada vez menos fronteras. Tal vez tengan miedo de darse cuenta que en el fondo no son superiores a nadie, y que son más parecidos a los que vienen de otros lugares que de muchos vecinos que siempre han estado recorriendo durante años las mismas calles.
Porque tal vez tengamos que redefinir el concepto de «lugar». Tal vez en el fondo no se hayan movido del único lugar que importa que nos interconecta a todos, nos hace iguales y enriquecedoramente diferentes, ese pequeño pálido plantea azul llamado Tierra.
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Con tu permiso, me lo llevo para «La fuente». me ha emocionado leerlo. Emociona encontrar seres afines.
Un beso, Mario, un abrazo enorme
Faltaría más. Todo un honor. Un abrazo enorme, gigante, como un tsunami, igualmente.