El ACTA o Anti Counterfeit Trading Agreement se inició como un tratado internacional para luchar contra la falsificación (algo contra lo que muchos estamos de acuerdo) para acabar convirtiéndose en una desatada y desesperada respuesta de algunos lobbys, entre ellos los farmacéuticos y muchos de los intermediación del entretenimiento, principalmente distribuidores de contenidos, para acabar con la propia naturaleza de Internet y lo que los ciudadanos hacen en ella.
No voy a entrar en el análisis de lo que supone para los medicamentos genéricos y cómo condena a muerte a miles de ciudadanos de países pobres; ya sólo con eso habría que pensar en emprender acciones judiciales contra sus impulsores. Me voy a centrar en cómo afecta ACTA al conocimiento humano, por lo tanto a la base de lo que el mundo necesita para estar mejor informado, crecer y mejorar.
ACTA es la respuesta del miedo porque si bien los que la negocian a puerta cerrada son profundamente antidemocráticos, tontos no son. Saben perfectamente que el tiempo de su modelo de negocio ha tocado a su fin. Temen de forma obsesiva aquello que van a hacer los ciudadanos en el futuro cuando tomen las riendas de la sociedad; esos ciudadanos nativos digitales a los que será imposible engañar con la pretendida lógica de que por los contenidos hay que pagar sin mejor argumentación que una pretendida e incuestionable fe en unas leyes de propiedad intelectual que nunca han superado el escrutinio científico. Los ciudadanos nativos digitales crean y comparten. En su mayoría, además, no esperan que se les pague por ello. Crean por puro amor al arte y saben que su recompensa, su satisfacción, viene de la atención con la que son regalados todos los días.
Los impulsores de ACTA están lejos de querer proteger a los creadores, más bien al contrario, les perjudican, les roban mediante clausulas no sólo sus contenidos, sino cualquier opción de hacer algo distinto con ellos. Todo en aras de un modelo de distribución que no puede tener menos sentido en pleno tímido inicio de la transición de lo analógico a lo digital.
Toda respuesta basada en el miedo a los que vienen debe ser por lo tanto combatida. No sólo por lo que representa como atentado a la dignidad humana, no sólo porque socava los más elementales fundamentos democráticos, sino porque es un ataque a la evidencia científica en defensa de lo irracional, un ataque frontal a los que vienen detrás y un ataque a toda esperanza en crear un mundo mejor basado en que la cultura debe ser compartida.
Durante varias décadas no hemos dejado de ver cómo la piratería merma el dominio público. Los lobbys en complicidad con los políticos no han hecho sino incrementar los periodos de «protección» del copyright sobre las obras creadas llegando a tal punto que nuestra sociedad no puede disfrutar libremente de sus contenidos contemporáneos. El precio de esta realidad es insoportablemente alto. La piratería ha de ser combatida y sabemos quienes son los piratas. Muchos cómplices de piratería son elegidos por poblaciones enteras mediante un corrupto sistema democrático y el precio de ese error lo pagarán nuestros hijos. Aunque ya es tarde para ellos, tal vez no lo sea para sus nietos. Es hora de cambiar el modelo y castigar a aquellos que nos roban con herramientas legales aquello que nos pertenece.
Las ideas plasmadas, el corpus misticum, siempre se se ha comportado de forma digital. Alguien dice una frase y se copia con más o menos fidelidad en los cerebros de los demás. Con ACTA y medidas similares que están adoptando unos gobiernos que deberían estar a nuestro servicio y no el de algunas empresas, el propio proceso de asimilación de ideas que otros lanzan podría acabar quedando proscrito si se hace por medios digitales. Tal es la locura a la que estos fanáticos nos quieren llevar.
Ya es hora de reclamar lo que debería ser dominio público y usarlo sin miedo. Preservar la cultura y que seamos los ciudadanos quienes lo hagamos directamente es un acto de responsabilidad.
Luchar contra ACTA es un acto de justicia pues equivale en el ámbito del saber a luchar contra la pobreza.