No soy amigo de las cámaras de seguridad en las calles. Entiendo que pueda haber puntos concretos, especialmente conflictivos o peligrosos que requieran de ciertas medidas disuasorias, pero todo efecto disuasorio desaparece cuando las existencia de cámaras se generaliza. De hecho perdemos más con ellas que sin ellas.
Lo que perdemos es todo atisbo de libertad, de necesario anonimato. Hemos cedido tanta libertad por una seguridad aparente que nuestro auténtico enemigo es precisamente el gran hermano que hemos consentido a cambio de promesas que son humo y nada más.
Si los terroristas han logrado algo es inducirnos a desprendernos voluntariamente de las libertades que ellos nos querían arrebatar.
Seguramente han ganado la partida incluso sin darse cuenta porque han contado con nuestro activo apoyo constituirnos en una sociedad vigilada, controlada, custodiada y encarcelada. Y la llave de esa reluciente cárcel de oro la tienen los políticos al servicio de los poderosos intereses de siempre.