Ayer tuve la dudosa suerte de cruzarme con varios autodeterminados oprimidos de Euskadi. En su paseo libertario con sus límpidas botas de monte (salvo por la mezcla de alcohol y meado que pisan en sus aventuras nocturas) y pantalones inmaculados de monte dejaron cristales de botellas rotas por los parques donde juegan los niños y espejos para ver el complicado tráfico de nuestras calles de Irún apuntando a otro sitio.
Así son de parecidos los terroristas sin más cerebro que plomo que escupen. Nos fuerzan a girar el rostro hacia lugares en los que no hay peligro para poder ellos asestarnos un golpe mortal, a tración, como cobardes que son.
Si algo temo de ETA, y cada vez temo más, es su deriva, su sinrazón y los aplausos de los cretinos que la jalean cuando deberían simplemente escupirles en sus podridos y repugnantes rostros.
No hay mayor opresión que estos imbéciles y los que aún se creen que son dignos de una mal llamada «lucha armada».
Cuánto me gustaría ver a esta gente enfrentarse de verdad a los problemas que existen todavía hoy en algunos países. Cuánto me gustaría que vieran de verdad lo que es la opresión, la desesperanza.
Y así durante décadas por venir seguirán con su paranoia y su sueño masturbatorio de pretendidas víctimas. No son sino víctimas de su infinita estupidez y mientras los demás a sufrir su existencia con nuestra mente y en demasiadas ocasiones, con nuestra sangre.
Se puede decir más alto, pero no más claro. Bravo.